El ejército de grúas, los acorazados del cemento, la Armada del disparate urbanístico, ya ha llegado a la Bahía de Cádiz y ha instalado su puente de playa en la Casería de Osio, en San Fernando. Allí, el Ayuntamiento ha dado luz verde a la construcción de siete torres de 16 plantas y la Junta de Andalucía ha estado especialmente lenta a la hora de evitarlo: tendría que haber trasladado el caso a la Fiscalía en el año 2003 y no lo hizo. Ni todavía, que se sepa, ha concluido sus trámites, a pesar de la urgencia para que al menos se paralicen las obras aún no ejecutadas, según le han transmitido los verdes. Ahora, Ecologistas en Acción y la Plataforma SOS Casería convocan a través de un encuentro para el próximo fin de semana en el lugar del crimen.
La especulación es una guerra y la Bahía de Cádiz parecía Suiza si se le comparaba con Huelva, con el Aljarafe sevillano o con la Costa del Sol, a pesar de Puerta Tierra o de los pintorescos skylines que los años 70 dejaron sobre el perfil de Puerto Real, El Puerto de Santa María, Rota o, mismamente, San Fernando. Desde las constructoras, desde el despacho que haya concebido el esperpéntico plan parcial de la Casería y desde la Casa Consistorial de La Isla se dirá que mucha pejiguera estamos dando por preservar esa playa sucia y cuatro merenderos en el saco interior de la Bahía. Pero es que no sólo es eso, que ya es mucho: un oasis a la medida del ser humano en un entorno donde la devastación inmobiliaria puede conducirnos directamente hacia Torremolinos o Benidorm sin que nos haga falta la nariz de Embrujada o un transportador de partículas al estilo Star Trek.
Si las autoridades permiten que se lleve a cabo semejante tropelía en pleno litoral y, tal como les ha recordado Agaden, en un espacio natural incluido en la directiva Habitat, ¿qué argumentos podrán esgrimir frente a proyectos futuros? Ante la escasez de suelo que sufre la trimilenaria, la plaza de la Catedral de Cádiz quedaría monísima con un rascacielos en el centro. Lo que queda de las salinas está pidiendo a gritos otra Barriada de la Paz. Y el polígono del Río San Pedro podría ampliarse en forma de isla artificial frente por frente al Trocadero. ¿Y por qué limitarnos a esta Bahía que se desgañita en carnaval y el resto del año desfila en El Silencio? Zahara de los Atunes apenas será una experiencia piloto para el resto de la costa. Ya me veo otra Valdelagrana en Bolonia y un Sotogrande en El Palmar.
El ladrillo es una epidemia contagiosa: el pueblo soberano sueña con Marbella y algunos de nuestros representantes con las jirafas disecadas de Juan Antonio Roca, el que fuera ex asesor de Urbanismo en dicho Ayuntamiento y que ahora -más vale tarde que nunca- vive en un duplex con rejas en Alhaurín El Grande.
Parece que olvidamos que este perdido rincón del mundo, cuyas tasas de paro y de olvido superan todos los niveles europeos, sólo cuenta con dos armas cargadas de futuro: su patrimonio histórico y su patrimonio natural. A este paso, el día que vuelvan los fenicios se meten del tirón en sus sarcófagos, antes de que les vendan un nicho acosado. Nadie está en contra del progreso. Algunos sólo estamos en contra de que las cuentas corrientes de unos cuantos progresen a costa del horizonte o a costa de la costa y esas hermosas tardes de levante en calma, bajo un crepúsculo rojo con olor a marisma y a pescaíto.