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Martes, 13 de junio de 2006
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Maestro de enseñanza primaria
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No hay palabra más grande que la denominación de Maestro y la sociedad tiene que reconocerlo. Un Maestro bien formado (carrera, vocación, entrega...) debe ser respetado. ¿Oiga que mi hijo ha aprendido las tablas en casa!; Oye, ¿por qué le has dicho a fulanito que tiene que mejorar la letra si los hay que escriben peor?... Éstas y otras frases por el estilo se oyen en la reuniones. Pero nunca hay que aminorarse, ¿compañero! Tendrás que escuchar, hacerte valer, respetar al niño y tener autoridad «no puede mandar quien no supere a aquellos a quienes manda en fuerza física y espiritual» (Ensayos liberales, de Marañón).

El inspector que trabaja con papeles, el director que no da apenas clases, las personas que tienen puestos en la administración educativa serán trabajadores de la enseñanza, funcionarios, excelentes y necesarios profesionales.

Pero nosotros, no; durante mucho tiempo hemos realizado un trabajo especial. Enseñar no es un oficio, es una vocación. El trabajo del Maestro consiste en ayudar a desarrollar la personalidad de los alumnos.

Cuando he logrado sacar adelante a un niño de difícil comportamiento que rechazaba toda labor educativa y he sabido ganármelo he sentido una gran satisfacción. Mi recompensa ha sido su afecto, la sencilla sonrisa que en ocasiones se produce con el paso del tiempo. La enseñanza del Maestro, dice Marcel Prevost, «es el alimento masticado y medio digerido, podemos decir que, por muy pasiva que sea la actitud del convidado, asimilará ese plato y se alimentará».

Fue en Jerez allá por los años setenta cuando escuché a bastantes personas que nos llamaban en vez de Profesores de Educación General Básica, nos decían Maestro, pero además con esa forma tan peculiar de Jerez: Maestro de escuela.

Fueron años cruciales de cambio para la enseñanza (movimientos de renovación pedagógica, la escuela de Barbiana, Rosa Sensat; Patchi Andion describió en una de sus canciones «magistrales» al Maestro de esta época). Mucho le debe nuestro país a los Maestros en la instauración de la democracia. Bien saben las personas que hoy tienen más de treinta años la labor que hicieron los colegas en este sentido. Ha sido en ellos donde se ha sembrado y se ha enseñado a vivir en democracia. Dice Pitágoras que «la más noble tarea que un hombre puede proponerse en este mundo es enseñar a vivir a los hombres».

Hoy el estado de la enseñanza no pasa por buenos momentos y se habla de profesores quemados, desesperados, autoridad cero. «La escuela respira el clima de su tiempo, el aire de su ciudad y también los gases de su subsuelo» (Fabricio Caivano). Pienso que para mitigar (porque es muy difícil decir que se va a acabar) muchos de los problemas que tiene la escuela (hoy más acusados): acosos, insultos, peleas... hay que recuperar la palabra Maestro. Librándole de tanta burocracia absurda y de situaciones que no le dejan instruir, necesita tiempo y libertad para poderse entregar plenamente en su trabajo de «preparar» las clases.

Muchos padres saben, ya que lo han oído también a los suyos, como se respetaba antiguamente al Maestro; a esa persona tan especial que acompañaba al niño en los primeros pasos de su aprendizaje, en su primer contacto con el mundo del saber (¿cómo olvidar -dice el profesor Manuel Cruz- «la maravillosa composición de dicha figura llevada a cabo por Fernando Fernán Gómez en La lengua de las mariposas»).

El respeto de los niños día a día se lo gana el Maestro en clase, sólo falta que la sociedad entera reconozca y respete la labor de estos profesionales.



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