Con sus dos goles ante Japón, Tim Cahill inscribió ayer su nombre en el libro dorado del deporte australiano. Cuando todo parecía perdido, el centrocampista del Everton saltó al terreno de juego en sustitución de Marco Bresciano y, en sólo unos minutos, puso patas arriba el partido con dos tantos que, además de aclarar sensiblemente el panorama del equipo de Guus Hiddink en el Grupo F, le convierten en el primer jugador de Australia que consigue perforar la portería contraria en una fase final de la Copa del Mundo.
En este contexto, no es de extrañar que estos dos históricos goles hayan catapultado a este versátil mediocampista hasta el nivel de héroe nacional. Una condición con la que no podía ni soñar cuando con apenas 16 años abandonó Australia, un país de escasa tradición futbolística, y se dirigió a Inglaterra para labrarse una carrera profesional. Y es que los cambios han sido una constante en la vida de este futbolista de 26 años nacido en Sydney, pero de madre samoana.
Como la mayoría de la población de Samoa, una pequeña isla de 175.000 habitantes, Cahill estaba llamado a seguir la tradición de su país, que marca el rubgy como el deporte por excelencia. Sin embargo, a él lo que le gustaba era el fútbol y, por eso, después de debutar con la selección sub'20 de Samoa con sólo 14 años, se marchó a Inglaterra para intentar cumplir su sueño de convertirse en futbolista profesional. Después, ya con 20 años, Cahill, que fue nombrado jugador de 2004 en Oceanía, tuvo que elegir entre Irlanda -tierra de sus abuelos-, Samoa y Australia para debutar a nivel internacional absoluto. Y, después de lo visto ayer, parece que la decisión fue la correcta.