Los escolares comienzan sus vacaciones de verano dentro de diez días y será entonces cuando acabe el año. El 31 de diciembre y el 1 de enero son las fechas oficiales de salida y entrada de año, pero el ciclo natural viene marcado por la duración de los cursos escolares, lo que queda en medio, el verano, es una unidad de tiempo en sí misma, una cotillón de tres meses en el que los más chicos disfrutan una barbaridad y los mayores, depende.
Cada cuatro años, esta unidad de tiempo se ve alterada por otra, que le cae dentro y que cambia la fisonomía urbana de las tardes de verano. La estampa clásica de calles desérticas hasta media tarde y de actividad a partir de que cae la fresquita, sufre entonces cambios significativos. La siesta es la siesta y permanece inalterable, salvo por el grito al unísono de «gol» que retumba de vez en cuando, pero las tardes y las noches son otras. Las terrazas de los bares, los cines, las piscinas y hasta las playas son pobladas mayoritariamente por mujeres y niños, con un denominador común, su absoluto desinterés por el fútbol.
A lo temido que es ya junio, fin de curso, notas y adaptación, se une el Mundial de Fútbol, del que no puedes huir aunque te lo propongas. Desde las tres de la tarde hasta las once de la noche televisan un partido tras otro y el resto del día no hay cadena de televisión ni emisora de radio que hable de otra cosa. Da igual que jueguen México contra Angola o Japón contra Croacia, ni aficionados ni comentaristas bajarán la guardia. «Tengo que verlo porque, quién sabe, lo mismo se encuentra con España en cuartos», te dicen convencidos.
En plena comida ya tienes el dichoso soniquete de «centra tal y recoge cual» que deja a todo el que mira la tele con expresión ausente, ojos redondos y fijos, y mandando a callar al que se aproxima. Como si interrumpir el relato de la sucesión de pases de un equipo les hiciera perder el hilo del partido. Aunque este Mundial tiene algo a su favor, no va a narrarlo José Ángel de la Casa. Este hombre tiene un poder increíble de hipnosis cuando retransmite un partido y te duerme más rápido que los documentales de la 2.
Puestos a ser transigentes también podemos reconocer que tiene otras cosas buenas. Aparte de encontrar en la calle a gente que no veías desde hace cuatro años y a la que la palabra fútbol le produce urticaria, circular con el coche por las ciudades es un lujo. Quedas con alguien en la otra punta de Jerez y llegas en diez minutos. No digamos cuando juega España, entonces calles y carreteras se convierten en escenarios de anuncios de coches, de esos en los que te gusta conducir entre otras cosas porque tienen una música estupenda y nunca se ve una caravana.
Los que están viviendo desde ayer el mejor mes del año intentan convencernos de que no hay sobredosis de Mundial y de que total, es un mes cada cuatro años. En parte es cierto. Sólo en parte. Llevo meses bombardeada con noticias de la selección y en las últimas semanas la cosa se ha puesto cruda. Hasta en secciones de los telediarios que no son los deportes aparecen las mujeres de Casillas, Raúl y otros, elegidas cómo las más bellas. Mientras, el entrenador de la selección mira con asco unas flores y habla del bigote de una gamba y de su culo, y también me lo cuentan en un informativo. Me querrán convencer de lo que quieran, pero con este empacho de Mundial abstraerse es complicado.