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Sábado, 10 de junio de 2006
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VOCES DE LA BAHÍA
La insaciable sed de vida de Rocío Jurado
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Permítanme que, cuando ya ha transcurrido una semana de la inhumación de sus restos y aún siguen resonando en nuestros oídos los ecos majestuosos de su grandioso cante, en vez de insistir en la irreparable pérdida que ha sufrido el firmamento del flamenco y el universo de la copla por la desaparición de Rocío Jurado -artista dotada de una suntuosa y transparente voz, de una imagen seductora, de una exquisita sensibilidad y de una ardiente intensidad sentimental-, exprese mi dolor por la muerte de María del Rocío Trinidad Mohedano Jurado, una buena mujer de Chipiona que, a lo largo de su intensa vida y, sobre todo, durante el angustioso proceso de su penosa enfermedad, ha mostrado una elevada talla humana por su manera concienzuda de afrontar el trabajo, por su imperturbable forma de soportar el sufrimiento y por su modo noble de interpretar el amor. En este tiempo de sombrío luto, prefiero destacar su tenacidad, su coraje, su entereza, su ternura y esa insaciable sed de vida que ha conservado hasta sus últimos días.

Si, con ese arte que brotaba de las raíces de su vida, fue capaz de elevar cada uno de los instantes de su existencia a la categoría de acontecimientos, con sus comportamientos nobles nos ha transmitido unos elocuentes mensajes con los que nos ha explicado su nostalgia por la vida familiar y por los rumores de su mar de Chipiona. Era una mujer lúcida que -cuando no actuaba en el escenario- disfrutaba del sosiego del silencio y de la placidez de la soledad.

Su profundo sentido de la trascendencia le ha servido para que, espectadora de su propia enfermedad, en vez de entregarse a las oscuras fantasías de la tristeza, viviera el presente de una manera intensa y serena, palpando el tiempo que se le escurría entre los dedos. Y es que, efectivamente, las enfermedades nos aumentan la capacidad para vivir de una manera más consciente cada uno de los instantes, porque, si es cierto que el dolor agudiza la sensibilidad y dilata el tiempo, también es verdad que el arte flamenco nace de un golpe de llanto. A Rocío, las luchas que libró durante su apasionante carrera profesional y los rudos golpes que recibió en su trayectoria familiar, la forjaron para que, en esta última batalla, mantuviera la serenidad y la firmeza, y para que luchara tenazmente hasta el último hálito de su existencia.

Con la nobleza de sus gestos estéticos nos ha hecho sentir intensamente momentos de dolor o de placer, ha enriquecido el arte popular, ha renovado la canción y ha purificado el cante de la vulgaridad tan extendida en los escenarios. Con su potente voz ha enfocado la fuente real de la que brotan todas las manifestaciones artísticas: la esencia de la vida misma. Con su vida personal y familiar -origen de sus más hondas inspiraciones- ha abierto de para en par unas ventanas por las que hemos recibido unos estimulantes soplos de entrega, de coraje y de audacia.

Y es que, para cantar de esa manera, no hay más remedio que vivir la vida. Su arte popular, aposentado en el fondo de sus amargas tribulaciones cotidianas, pone de manifiesto que la diferencia entre los seres humanos se mide por las resonancias afectivas que los sucesos arrancan de las entrañas del alma. Por eso, las coplas de Rocío Mohedano Jurado nos han ilustrado sobre ese otro arte mucho más importante, difícil, arriesgado, desafiante y bello: el arte de vivir que, en resumen, es el arte de trabajar, de disfrutar, de sufrir y, sobre todo, de amar hasta el final y sin medida.



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