Mmmm... Qué a gustito estoy así, tumbada en la arena de esta playa paradisíaca que... no recuerdo muy bien cómo se llama. El calor del sol, la impresionante luz, los colores espectaculares del mar, la forma en que ondula en agua... todo lo que me rodea es excepcionalmente agradable. Pero, sin duda, lo que más me gusta es esta indescriptible sensación de no hacer absolutamente nada productivo.
Hay hasta cocoteros en esta playa, de esos inclinados que casi rozan el suelo y que sólo conocía de las fotos del Caribe... ¿pero no era a El Puerto donde había ido yo? Bueno, ¿qué más da! Total, esto está casi desierto. ¿Qué extraño! Miro alrededor y compruebo que tengo esta maravillosa playa para mí, y que el sol calienta ya de lo lindo. Pues nada, me pongo un poco de crema del 30, que está el sol muy malo y, con lo blanca que estoy, me puedo achicharrar cual churrasco. De todas maneras, un chapuzón para refrescar cuerpo y mente no me vendría mal, así que allá voy: el agua está fría, pero poco a poco me envuelven las olas y el baño se hace delicioso.
Salgo del mar y me tumbo de nuevo en la arena. Si esto no es vida, que venga Dios y lo vea. Sí, ese mismo que se inventó lo de «ganarás el pan con el sudor de tu frente». A mí que me dejen de tonterías, pero el estado natural del hombre es el ocio. Nadie podrá convencerme de lo contrario aquí tirada, escuchando el sonido del mar, los pajaritos piando... y piando, ¿piando! ¿Qué pitido más insoportable, como si fuera... el despertador! ¿A trabajar! ¿Aggggg!