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Miércoles, 7 de junio de 2006
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Don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja
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Cuando algunos meten el mismo saco a las dos dictaduras que hubo en España durante el pasado siglo, dando a la historia un tratamiento partidista, es preciso decir con rotundidad que el parecido entre ambas es el mismo que el blanco y el negro o el de la noche y el día. Tras su pronunciamiento efectuado siendo Capitán General de Cataluña, Primo de Rivera llegó al poder de forma irregular, ciertamente, aunque no de forma ilegal, ya que fue el Rey, que tenía potestad para ello según la Constitución, quien le confiara el gobierno de la nación, con la satisfacción tanto de burgueses como de los socialistas de Largo Caballero y la aprobación de las Cortes. Nunca pretendió acabar con la democracia como ocurriera con Franco, sino devolver la autenticidad a aquella seudodemocracia en la que había degenerado el canovismo. Para ello pretendió sustituir a los dos partidos que, sin visión de la realidad y de mutuo acuerdo se turnaban en el poder, por otras fuerzas políticas con auténtica raigambre en la sociedad española.

Para ello apeló a la ciudadanía a que aportasen a los diversos estamentos de gobierno hombres rectos, sabios y laboriosos. Los halló por la derecha en la Liga Patriótica, y soñó encontrarlos por la izquierda en un partido socialista integrado en la Monarquía, algo similar al laborismo inglés. Con su llegada al poder, el anarquismo revolucionario, culpable de los gravísimos disturbios protagonizados en Cataluña durante una época que se dio en llamar «trienio bolchevique» en la que tantos atentados y asesinatos se sucedieron, la CNT fue enviada a la ilegalidad con la satisfacción de burgueses y socialistas, llegando así a Cataluña de forma inmediata la ansiada paz. Y el país prosperó como no lo había hecho durante el siglo y medio anterior. Se construyeron grandes obras públicas y miles de kilómetros de vías férreas y de carreteras.

En poco tiempo el número de estudiantes universitarios aumentó un 30%, se crearon 450.000 nuevas plaza escolares, se prestó atención a la enseñanza profesional, y el analfabetismo femenino bajó en un 18%. Claro que sus detractores podrán decir que aquello se debió a la buena coyuntura económica europea. Pero, ¿cuántas buenas coyunturas dejó pasar nuestra nación en los anteriores cien años sin aprovecharlas!

Por otro lado, en la faceta militar de Primo de Rivera, sus contrarios hacen hincapié en las, según ellos, atrocidades contra los indígenas que cometió en la Guerra de África. Un conflicto del que siempre estuvo en contra, siendo destituido en dos ocasiones por manifestarlo públicamente. Hablan del empleo de gases, azufre y no sé cuantas cosas para tacharlo así de genocida. Pero ¿es que no usaron esas mismas armas los franceses y alemanes durante la guerra del 14? El ejército actuó en África, como no podía ser de otra forma: por mandato del Gobierno, o sea de los políticos, con las armas que había entonces, y que aún no habían sido prohibidas por la Convención de Ginebra. Aunque es lamentable que a los citados detractores no les duela ni mencionen los 14.000 muertos y 18.000 heridos habidos entre 1917 y 1927, jóvenes españoles de veintipocos años procedentes de nuestros campos, pueblos y ciudades que en tierras del Rif fueron masacrados. Como ejemplo trágico ahí quedó en la historia el sitio de Monte Arruit, en el que tras largas semanas de resistencia, los soldados españoles se rinden a las fuerzas rifeñas. No se respetaron las condiciones de rendición y, el 21 de agosto de 1923, 2.600 prisioneros fueron salvajemente pasados a cuchillo. Sus cadáveres, en una escena dantesca, fueron hallados descuartizados. Entre otras lindezas, con vida les cortaban los genitales, se los introducían en sus bocas y luego los remataban. Y esos españoles fueron nuestros bisabuelos, aunque para algunos esto no tenga importancia. Por razones del tiempo hace muchísimos años que las madres de aquellos jóvenes combatientes ya no existen. Yo en mi niñez llegué a oír en varias ocasiones a una de ellas que perdió a un hijo en África, alabar la figura de don Miguel, porque otros dos hijos volvieron vivos en 1927 tras la pacificación lograda bajo su gobierno.

Miguel Primo de Rivera fue un dictador, indudablemente; pero a la vez fue una figura política de espíritu liberal, abierto y transigente, bajo cuyo gobierno no se derramó ni una sola gota de sangre. No hubo ni una sola ejecución por motivos políticos y las medidas de excepción duraron muy poco. Intentó una solución drástica a la crisis en la que España estaba sumida, pero una solución temporal. Jamás pretendió perpetuarse en el poder, y de hecho se marchó voluntariamente cuando no le quisieron. El más feroz enemigo que tuvo, el líder socialista Indalecio Prieto, evocaba al final de su vida la figura del General con estas palabras: «Pretendió sustituir a los dos partidos mayoritarios, que habían perdido raíces en la realidad del país, por otras fuerzas política de auténtica raigambre en la sociedad española, por ello su apelación a la ciudadanía para que aportaran hombres rectos y capaces para gobernar la nación».

Todo esto forma ya parte de la historia de España, con lo bueno y lo malo que toda historia conlleva. Ni lo uno ni lo otro se puede borrar por mucho que algunos se empeñen. Es inmoral pretender silenciar aquello que no interesa y sacar a la luz lo que conviene a determinados intereses partidistas o sectarios. La figura del General, según prestigiosos historiadores nada sospechosos de ser de «derechas» (podría citar muchos nombres de prestigio), debería de encajarse entre los dirigentes del siglo XIX, cuando todavía la política no estaba encabezada por las dos grandes tragedias europeas de la primera mitad del siglo XX: el comunismo y el fascismo. Aquellos políticos decimonónicos no pretendían el exterminio del contrario, sólo vencerlos. En nuestra historia quedaron generales como Prim, O'Donell o Serrano, que llegaron al poder y sirvieron a su patria casi de la misma forma que Primo de Rivera, y en Madrid o en otras ciudades españolas tienen dedicadas calles muy principales y nadie se ha cuestionado cambiarles el nombre. Aquí el monumento del Arenal, quizá pretendiendo confundir a los poco ilustrados, es tachado por una minoría de símbolo franquista, al igual que hace algún tiempo salieron voces en la prensa para que se quitara el nombre a la calle Francos, ignorando que dicho rótulo permanece en dicha vía desde el siglo XIV. En la Francia ilustrada de la libertad, igualdad y fraternidad, muchos militares con trayectoria similar a la de nuestro paisano, tienen mausoleo en el Panteón de los Héroes de Paris junto a la Sorbona, y son honrados y respetados. Francia y Alemania recientemente se han puesto de acuerdo para elaborar unos textos históricos unificados con destino a la enseñanza escolar en ambos países, con ello se persigue restañar para siempre las heridas de aquellas dos atroces guerras mundiales. Sirva de ejemplo para los españoles. Es lamentable que algunos profesores en particular o algunas legislaciones autonómicas en general, enseñen a nuestra juventud una interpretación sesgada de la historia. ¿Cuánto daño a la convivencia entre los españoles!



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