Pablo Hermoso le confirmó la alternativa al nuevo y jovencísimo Leonardo Hernández y le cedió simbólicamente el primer toro, que salió más que manejable. No siempre galopó pero casi siempre quiso y pesó lo suyo de rayas afuera. Bueno el caballo y de interés el torero, porque se templó con el toro en todos los embroques. Las clavadas no fueron acertadas. Pero en torero tan joven y recién salido lo que convenció fue el sentido para torear.
Luego salió Pablo y se dieron cita en una sola constelación varias estrellas. El castaño Chenel hizo en banderillas los alardes justos y ni uno más. La limpieza en las entradas y salidas resultó proverbial. Todas las veces clavó Pablo al estribo, en escuadra y arriba. Hermoso cedió gentil. Antes de entrar con la espada, clavo un par de las cortas, y hubo delirio por eso, y luego se soltó de manos en una pasada por delante a la que el toro respondió con uno de sus últimos ataques francos de dentro afuera. Hermoso echó pie a tierra. Cuando el toro rodó en puntilla, se volcó la plaza.
Algo nervioso salió Moura. Un par al pitón contrario, con todo, fue lo más brillante de esa faena con dientes de sierra. Dos veces entró Moura con el rejón de muerte.
Con el cuarto de corrida, volvió Hermoso a torear como si fuera un maestro de a pie. Con el toro descolgado, Pablo pudo adornarse a placer. Otras dos orejas.
Moura puso a la gente de pie en el quinto con un par quebrado. Feliz final. Leonardo tuvo que tirar del sexto más de lo previsto. Expuso, ganó.