Pues eso, que sobra. Que no tiene sentido a estas alturas seguir manteniendo una tradición que futbolísticamente no aporta nada de nada. Y se supone que nació para eso, para poder ver en Cádiz a los mejores equipos del mundo. En una época, claro, en la que no había una media de 15 partidos televisados a la semana. En la que no había los problemones de fechas que hay ahora y en la que contratar a un equipo de campanillas no costaba un ojo de la cara, como cuesta ahora. Hace tres, cuatro o cinco décadas estaría muy bien poder decir a boca llena que Cádiz tenía el Trofeo de los trofeos. Hoy suena a risa. Con los años, nos guste o no, el Carranza se ha convertido en una excusa barata para poner la playa hasta arriba de pringue. Y poco más. Salvo excepciones, vienen equipos de medio pelo. Al Ayuntamiento le cuesta un ojo de la cara, al Cádiz le parte por la mitad la preparación de la temporada, porque eso de cierre del verano pasó también a mejor vida. Ahora, en mitad de agosto, no se pueden sacar ni conclusiones de cara a la Liga.
Como mucho, se debería organizar un partido de presentación -llámelo Carranza si le hace feliz- y a correr. Como han hecho todos los equipos que también tienen marrones similares, como el Barça con el Gamper o el Madrid con el Bernabéu. Los que miran hacia adelante, los que saben adaptarse a los nuevos tiempos. No los que se empeñan en decir que tienen el mejor Trofeo del mundo. La mejor pachanga cuadrangular, diría yo.