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Lunes, 5 de junio de 2006
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CULTURA
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Infracciones del Código
La polémica de Dan Brown con la Iglesia se suma a otras muchas en los últimos tiempos, pero es algo que ha sido común en la historia de la cultura occidental
Una enorme fotografía con una mujer desnuda que representa a la Virgen; otra con una imagen similar pero en bikini; una novela y luego película en la que una organización religiosa llega a ordenar un crimen para salvaguardar un secreto bíblico; un libro en el que se presenta a un sacerdote atormentado por un amor demasiado carnal; otro en el que un cura pederasta se venga matando a cardenales... Enfrente, organizaciones de la Iglesia, cuando no la misma jerarquía, lanzándose al ruedo para combatir a artistas, intelectuales y creadores en general por lo que considera difusión de mentiras y ataques injustificables a la fe y a la esencia misma del cristianismo.

¿Viven hoy más enfrentados que en otras épocas el mundo de la creación y el espectáculo y la Iglesia católica? ¿Se está produciendo algo similar a lo que sucede en el ámbito islámico y las cada vez más frecuentes reacciones contra todo aquello que entienden como un ataque a su fe? Todas las fuentes consultadas creen que, pese a la multiplicación de noticias sobre obras muy críticas con la Iglesia acogidas con boicots y protestas, éste no es un tiempo que registre un especial enfrentamiento en ese campo. «Vivimos en un mundo en que todo viaja a la velocidad de la luz y todo tiene un eco mayor. Quizá estos días se hable más de ello por las reacciones tras el estreno de El código da Vinci, pero es algo coyuntural», asegura Juan Gómez-Jurado, autor de Espía de Dios, una novela que ha sido criticada con singular dureza en una cadena de emisoras vinculada a la Iglesia. Gómez-Jurado, que se confiesa católico practicante, asegura que no ha escrito su novela con ánimo destructivo, «sino con el convencimiento de que ocultando realidades no vamos a ninguna parte. Fue Jesucristo quien dijo 'La verdad os hará libres'». Su novela aborda el problema de la pederastia entre los curas, materia que también aparece de forma explícita en La mala educación, el filme de Almodóvar que fue objeto de las iras de grupos ultras en algunos países, como Francia.

«Yo no veo que haya más casos ahora que antes, lo que sucede es que se soliviantan con más facilidad los sectores más conservadores», sostiene José María Mardones, investigador del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). El filósofo, de inequívoco pensamiento católico, sostiene que quienes reaccionan con dureza, e incluso a veces de forma violenta, ante filmes como La última tentación de Cristo son unos pocos grupos ultraconservadores y luego, «lastimosamente, entra al trapo algún monseñor y termina por dar más publicidad a esos productos».

Mardones recomienda guardar silencio «si algo no gusta», pero la Iglesia u organizaciones que son parte de la misma tienden a no callar ante algunas manifestaciones propias del mundo de la cultura o el espectáculo que hace unas décadas habrían resultado impensables. La imagen de una joven desnuda que representa a la Virgen, en un retrato de Alberto Magliozzi; un foto-collage que muestra a la Virgen de Guadalupe, pero cubierta sólo con un bikini de flores (se expuso en un museo de Santa Fe, en México); la representación de un Sagrado Corazón que sostiene un condón en su mano, son imágenes que pueden compararse con las caricaturas de Mahoma publicadas en Dinamarca. ¿Están algunos grupos elevando el tono de sus protestas a semejanza de lo que sucede en el mundo islámico? «Radicales ha habido siempre, pero ahora sus protestas tienen más eco, de la misma forma que lo tienen las críticas a la Iglesia», dice Gómez-Jurado.

Los nuevos medios

La existencia de nuevos medios de difusión masiva juega también su papel. El Decamerón o Madame Bovary son sólo dos de los 8.000 títulos que llegaron a estar en el Índice de Libros Prohibidos, pero hasta el siglo XX el número de personas que sabían leer era muy bajo, de manera que ese veto tenía un eco reducido. Ahora el cine llega a todos, y de ahí que sea el medio donde hay más espacio para la polémica: L'amore. Il miracolo de Rossellini causó un gran escándalo en una Europa que se lamía las heridas de la Segunda Guerra Mundial, pero era sólo el principio. La vida de Brian fue considerada blasfema en EE UU; el Papa Juan Pablo II condenó expresamente Yo te saludo, María; La última tentación de Cristo sufrió boicots de todo tipo por parte de grupos integristas; Sacerdote levantó gran escándalo al abordar la homosexualidad en los curas; Amén disgustó profundamente al Vaticano por la imagen de su cartel publicitario, en la que se fundían una cruz y la esvástica nazi; algo parecido ocurrió con El caso Larry Flint y aún sin estrenar la película de Ray Loriga sobre Santa Teresa ya ha sido objeto de críticas por parte de algunos obispos por lo que entienden que es una imagen demasiado sexy de la mística abulense.

¿A quién benefician las polémicas? En sociedades como las occidentales, en las que el peso de la Iglesia ha descendido de forma acelerada en las últimas décadas, parece evidente que la condena de un obispo o de un grupo ultra (el efecto se multiplica si es alguien importante en la jerarquía vaticana el encargado de anatemizar un espectáculo o una novela) es una magnífica publicidad por más que a veces a corto plazo cause algún trastorno a sus autores. Es el caso de Bassi, obligado a cancelar algunas funciones o a cambiar el escenario.

Lo que sucede normalmente es que el simple anuncio de la crítica eclesial dispara el interés por un trabajo que podía haber pasado inadvertido para el gran público. Sucedió hace unos años con un libro titulado Lo que el viento se llevó en el Vaticano, firmado I Millenari. El texto, muy crítico con la jerarquía vaticana, languidecía en las librerías y su primera edición, de unos pocos miles de ejemplares, parecía destinada a acumular polvo en los anaqueles, cuando meses después la Secretaría de Estado vaticana se refirió a él en tono de gran dureza. ¿El resultado? Antes de un mes, el libro había superado los 100.000 ejemplares sólo en Italia y estaba firmada ya su traducción a varias lenguas.

Publicidad, ¿para quién?

A veces, la publicidad se extiende más allá de la obra denunciada. Javier Sierra, autor de La cena secreta, sabe lo que es recibir críticas procedentes del ámbito religioso y apunta un dato sobre la última polémica relativa a El código da Vinci. «En países como EE UU es importante que hablen de ti, porque si no no eres nadie. Y allí, además de Dan Brown, ha habido otro ganador en la polémica: el Opus Dei. Era un organización semidesconocida, y ahora todo el mundo sabe qué es». Sierra, que se define no como un católico, sino como «una persona en busca de la espiritualidad», se refiere al hecho de que dirigentes de ese grupo religioso hayan sido entrevistados en medios estadounidenses que nunca les habían prestado atención y que Camino sea objeto de una gran edición... a cargo del mismo sello que publicó El código da Vinci. «¿Quién ha ganado más en todo esto?», se plantea con ironía.

Al fondo, la pregunta que todos se hacen es si la Iglesia evitaría entrar directamente en polémica si hubiera un puñado de intelectuales católicos de gran proyección pública, como los hubo hace décadas. Autores como G. K. Chesterton, George Bernanos, Paul Claudel, Graham Greene o Morris West. «Figuras independientes, que abordaran la temática religiosa sin fidelidades institucionales», reclama Mardones, para quien en su momento las novelas de cualquiera de ellos -Greene con sus permanentes dudas, West con sus conflictos morales...- podían compensar las críticas de otros creadores que desde fuera del catolicismo arremetían con dureza contra la Iglesia. Pero, se lamenta el filósofo del CSIC, «¿dónde se prepara hoy a intelectuales así?»



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