Con las primeras luces del día, levamos el ancla y dirijí el Walkabout con motor por el canal balizado de salida hacia la bocanada; observé que había algo de oleaje a la salida con una corriente a nuestro favor de cuatro nudos, aumentando progresivamente por la marea a bajamar, pero estimé que no habría dificultad al salir y advertí a mi familia de posibles rociones de agua por la proa.
La salida fue algo movida, nos rociamos un poco con agua de mar aunque no duró más de tres minutos, hasta que una vez alejados de la bocanada y con la mar llana a unas tres millas fuera, con mi esposa de timonel, aproamos al viento para iniciar la maniobra de izar velas. Pero antes de dirigirme al palo mayor oí un extraño chirriar de la correa del generador del motor y se apreció un ligero alor a caucho quemado.
No sé si será suerte, coincidencia, el Ángel de la Guardia o casualidad, porque al bajar al interior del barco para investigar lo que ocurría con la correa del generador, me dí con una sorpresa al ver que la sentina: ¿estaba inundada llegando el agua hasta la bancada del motor! Si la bomba electrica hubiese estado operativa en «automático», desde hace mucho tiempo hubiese estado bombeando y avisando que hacíamos agua. El chirrido de la correa y el olor a quemado nada tienen que ver con que hacíamos agua, pero menos mal que ocurrió porque de esa manera me dí cuenta de la situación.
Inmediatamente puse la bomba eléctrica en funcionamiento, desvié la válvula by pass de refrigeración del motor para que se alimentara ésta desde la sentina en vez del exterior, que aunque es poco ésta ayuda algo. Coloqué la palanca de la bomba de achique manual en su posición, ordené a la dotación ponerse los chalescos salvavidas y que Fernando preparara la Zodiac para ser arriada. Observé que el nivel de agua bajaba, gracias al cuadal de la bomba eléctrica, pero... ¿cuántos minutos más estaría operativa? En ese momento ví como entraba un gran chorro de agua por la salida del eje de la hélice. No podía volver a puerto debido a que por la entrada de la bocanada ya había grandes olas y gran corriente en contra, además el puerto más cercano era Santo Antonio o Ayamonte, remontando el río Guadiana a cuatro horas de navegación. Por tal motivo, le dije a mi esposa que navegara cerca de la playa, en las proximidades del faro de Olhao dispuestos a varar el barco en caso extremo.
Hay una palabra que todo marino y todo aviador jamás debería pronunciar en su vida: mayday. Nuestra situación no era por el momento la de desastre, sino de seguridad y alerta y de pedir ayuda. Entoncés opté por emitir por el canal internacional 16 de radio el aviso de «pan, pan, pan del yate Walkabout».
Inmediatamente por el altavoz se oyó: «Aquí Cádiz Radio, informe su posición, almas abordo, novedades e intenciones, le escucho, adelante Walkabout». A esto, contesté: «Yate Walkabout, haciendo agua por la salida del eje de la hélice, posición N.36º 50' 30'', W. 007º 51' 24'', a bordo dos adutos y un niño. Navegando con rumbo hacia la costa, porque en caso de hundirnos variaría la nave». La respuesta de Cádiz fue escueta diciendo sólo: «Walkabout permanezca a la escucha».
En menos de tres minutos, cuando con denotado acento portugués me llaman: «Walkabout, aquí Faro Radio», para hacerme las mismas preguntas que Cádiz, además de cuánto tiempo podíamos permanecer en esta situación; a lo que yo constesté que lo ignoraba.
No llegaron a pasar diez minutos cuando apareció por la agitada bocanada una lancha del Servicio de Rescate portugués llevando a un mecánico que saltó a bordo y ayudado por unos cabos hizo que el eje de la hélice, a través de la chumacera de empuje, entrara en su posición, de la cual se había salido por corrimiento, deteniendo la entrada de agua.
De inmediato apareció otra lancha con el logo de Marinha en su amura, de la Policía Marítima de la Capitanía del Puerto, otra de los Bombeiros y otra de la Ambulancia Naval, todos preguntándome si podían hacer algo y que si mi esposa e hijo querían ir a tierra. Ellos se negaron. Por último apareció un remolcador de yates. Todos permanecieron en sus puestos a nuestro alrededor, mientras esperamos unas tres horas a que cambiara la marea y poder entrar para llevarnos a un astillero para la reparación.
Luis Alberto Montes. Jerez