No quería entrar en la noche a la barra de entrada del Cabo de Santa María hacia la Ilha Da Culatra, porque es una zona de muchos islotes de arena, separados por sinuosos canales, aunque muy bien balizados, pero numerosos por los primeros cambios de rumbo que hay que hacer, con el agravante que las diferencias de mareas en esta peculiar zona son hasta de 3,5 metros entre la pleamar y bajamar haciendo insoportable la entrada a la barra por el oleaje y las contracorrientes que se forman en la bocanadas; siendo posible entrar sólo en los momentos de reposo entre mareas, con constante vigilancia de las corrientes y del ecosonda.
Al día siguiente, a las 7.00 horas, soltamos amarras de Isla Cristina y navegamos hacia la mencionada Isla Da Culatra, en el vecino Portugal, teniendo una navegación tranquila, soleada y placentera con ligera marejada y viento de fuerza 3. En torno al medio día,encontramos el paso de entrada por la bocanada sin olas, pero con algo de corriente de pleamar, cosa que nos hizo entrar a nueve nudos.
Navegamos hacia la ya citada costa norte de la Isla da Culatra hasta que fondeamos en la cala prevista, frente a un pequeño pueblo de pescadores, donde había muchos veleros de diferentes banderas, gente variopinta y un tráfico endemoniado de lanchas, motos de agua y hasta lanchas taxis en la mar. Unos vehículos que iban a una velocidad de locos, haciendo peligroso el bañarse en el mar e incómodo el fondeo debido al ruido de motores y el consiguiente balanceo originado por el tráfico.
Ante tal panorama y que la cosa era muy diferente a lo que esperábamos, decidimos zarpar de nuevo hacia España al día siguiente, hacia nuestro amarre habitual en Rota donde hay paz, tranquilidad y aguas cristalinas.
A las 6.30 horas del domingo, 1 de agosto, toque de diana y cada uno de los tres miembros de la tripulación nos dedicamos a nuestras faenas asignadas arranchando, trincando y estibando todos los objetos sueltos para iniciar la travesía de vuelta.
Luis Alberto Montes. Jerez