Con la aplicación durante cuatro años de su programa de seguridad democrática que ha devuelto a sus compatriotas la confianza y la esperanza, el presidente colombiano, Alvaro Uribe, ha sido triunfalmente reelegido este pasado domingo con el respaldo de un 62% de los votantes, frente al 22% para el candidato de izquierda, Carlos Gaviria, o el exiguo 11% alcanzado por el tradicional candidato liberal, Horacio Serpa. Con este porcentaje abrumador -que mejora en seis puntos los resultados del 2002-, Uribe confirma, en términos políticos, la cancelación de un proceso histórico: la alternancia de los dos grandes partidos, conservador y liberal. Los conservadores han desaparecido literalmente engullidos por el uribismo y los liberales están en cotas poco más que testimoniales. Su firme estilo de gobernar, con austeridad y autoridad - «mano firme, corazón grande»-, le han permitido reducir el número de secuestros y atentados y mantener a la guerrilla a la defensiva. Las FARC rechazaron sus ofertas de negociar la paz y le plantearon un pulso nacional -mientras continuaban con su financiación a través del narcotráfico y la extorsión-, que han perdido claramente. Uribe, un aliado regional de los Estados Unidos, ha contado con el apoyo logístico y militar de la gran potencia para frenar a la guerrilla y destruir los campos cocaleros, en tanto que abría conversaciones con otras organizaciones guerrilleras y paramilitares. Actualmente se desarrollan en La Habana contactos con el Ejército de Liberación Nacional y se ha encarrilado el problema de la contraguerrilla terrorista de derecha, las Autodefensas de Colombia, los paramilitares, reinsertados en la vida civil mediante arreglos muy criticados pero útiles.
Las FARC pidieron explícitamente al pueblo que votara a cualquiera salvo Uribe con el resultado que se ve. Tienen sobre la mesa una oferta, reiterada por el presidente estos días con toda solemnidad, de negociar; pero de negociar su fin. El pueblo que le ha confirmado valora sobre todas las cosas la mejora de la seguridad pública, del mismo modo que condena los atentados y la violencia cuyo objetivo, lejos de la liberación prometida, no ha traído a Colombia otra cosa que dolor y muerte. En el próximo cuatrienio, Uribe tiene el reto de encauzar la política económica y extraer el máximo provecho al Tratado de Libre Comercio firmado con EE UU el pasado febrero.