Mariano Rajoy optó por conceder a la actual situación del terrorismo un lugar relevante en su análisis y colocó en el frontispicio de su primera intervención una medida descripción de los límites de su apoyo al Gobierno para afrontar el alto el fuego de ETA. Pasó revista, para desacreditarlas, a las políticas de inmigración -al tiempo que ofreció su colaboración para resolver la oleada de cayucos a las costas canarias-, seguridad, educación y relaciones exteriores del Ejecutivo, y criticó a Zapatero y a su Gabinete, a quienes acusó de sectarismo, de provocar incertidumbre y sembrar la discordia entre los españoles.
«El presidente del Gobierno ha fracasado en su principal responsabilidad que es sembrar certezas, seguridad y confianza», resumió el líder de la oposición, que endosó al PSOE la entrada masiva de los inmigrantes sin control, la inseguridad ciudadana, el descenso del peso internacional del España o el precio de la vivienda. Asimismo le acusó de desplegar un estilo de hacer política y un sectarismo excluyente que ha sumido al país en una situación que calificó de «alarmante». Intentó así poner de relieve que se ha instalado entre los españoles una desconfianza con respecto de lo que será su futuro y las perspectivas del Gobierno.
«¿Quién puede poner la mano en el fuego de lo que ocurrirá o no en España?», preguntó el líder del PP para concluir que «nadie», ni dentro ni fuera del país, se atreve a hacerlo. Lo que le llevó a concluir que el mayor logro de Zapatero es «la incertidumbre».
Irónico
Con su habitual ironía, Rajoy añadió a este triunfo otra conquista y denunció que el líder socialista «se ha empeñado en resucitar tensiones que no existían antes de su llegada al Gobierno». Asimismo, dijo que el presidente pone todo su empeño en sembrar «la discordia entre los españoles» y que ha decidido, unilateralmente, «corregir» el consenso y la reconciliación que dio lugar a la Constitución de 1978, una Carta Magna que, a su juicio, Zapatero «está desguazando disimuladamente».
Frente a un panorama tan inquietante como el que dibujó en su primer discurso, Rajoy presentó a su partido como el único garante de la sensatez, del que los españoles pueden esperar un futuro mejor. «España está en unas manos que se aferran con ardor al timón de gobierno, pero no quieren o no pueden o, simplemente, no saben gobernar y desgobernar». «Por fortuna -añadió-, esta situación es meramente temporal, ni siquiera será larga», y auguró que España ocupará el puesto que le corresponde «entre los más grandes». «De eso -matizó- nos encargaremos nosotros». En el repaso obligado a las política sectoriales, Rajoy otorgó preferencia a la inmigración, cuya situación calificó de «insostenible». Ofreció la colaboración del PP para encauzar el fenómeno de las inmigraciones masivas -que atribuyó a la regularización de hace un año con «papeles para todos»-, pero exigió que el Gobierno cambie de actitud y diga, al menos, si «hay alguien al mando».