Cuando llegan los rigores del calor y hace sus estragos tanto en la población como en la naturaleza, nos acordamos que nuestra ciudad se encuentra bajo el radio de acción e influencia del clima mediterráneo. Un clima que se caracteriza por unas elevadas temperaturas en verano, pudiéndose superar los 40 grados. Estas temperaturas tan elevadas están motivadas por la proximidad del anticiclón de las Azores y por la entrada de aire desde África. Destaca la gran aridez estival.
Con independencia de las excelencias de nuestro clima, que no conviene pasar por alto, es imposible abstraerse y contemplar atónitos la desenfrena carrera urbanística que venimos padeciendo todas las ciudadanas y ciudadanos. Como si se tratara de una carrera contra el crono, se levantan plazas, se eliminan árboles, se realizan podas indiscriminadamente y sin sentido, se cercenan los espacios públicos, se dificulta el paso de personas, se complica el tránsito de vehículos, y lo que es peor, se perjudica al pequeño y mediano comerciante. La contaminación por ruidos es cada vez mayor y más insostenible. Y para colmo de males el calor se intensifica, en una ciudad que dispone anualmente de tres mil horas de sol al año, convirtiendo nuestras calles, nuestras plazas, jardines, y nuestras avenidas en parajes desolados y solitarios.
Ante tanto desatino, ante tanto dislate incontrolado, ante tanto silencio por parte de los responsables políticos, y ante tanto ordeno y mando, nos encontramos con que uno de los emblemas o símbolos más destacados en estos últimos tiempos de nuestra Gerencia Municipal de Urbanismo sea la «palmera». Se ha convertido en un distintivo, dejando patente como se materializa la ideología del poder en ejercicio. La palmera es la marca de la casa y así lo mando yo que soy el que manda. No existe otro árbol que no sea la palmera.
La palmera se ha convertido en una plaga. Irrumpe sin lógica alguna en lugares donde no tiene sentido su presencia. La fijación es tan grande y el conocimiento paisajístico tan nulo, que lugares que debieran preservarse con esmero y sumo cuidado para disfrute de todas las jerezanas y jerezanos han sido esquilmados y destruidos para colocar palmeras, viejos olivos y muchas adelfas, toda una visión pobre y diáfana de personas que no saben casi nada de arquitectura natural, es decir de arboleda. Que pena del Altillo. Hoy podría ser un referente único como jardín botánico. Los lugareños, manifestaban con tristeza que con la llegada del calor, venían a cobijarse aquí por el frescor que les trasmitía este bello lugar. Este es un ejemplo claro de despropósito medio ambiental.
Las palmeras se colocan en cualquier lugar, como si se tratara de banderolas en campaña electoral. Deben colocarse en todos los espacios posibles, deben formar parte de cualquier escenario, deben ser protagonistas, y si no que se lo pregunten al monumento del ex-alcalde Rafael Rivero, al que le han colocado una palmera delante, otra detrás, una a la izquierda, y otra a la derecha, sin tener en cuenta los ejes y las características de la plaza. Existe excedente, por lo tanto cuanto más se coloquen más justificadas encontraremos su presencia y su coste tan elevado. Deben ocupar el primer plano de la noticia y hacerse con el control de la ciudad. Es necesario impregnarlo todo, porque así nuestra notoriedad será más duradera. Es nuestro sello, nuestra carta de presentación.
Cada día, haga mucho calor o mucho frío, se desplazan al centro y alrededores de la ciudad muchas jerezanas y jerezanos para acceder a sus respectivos trabajos, otros muchos se desplazan para realizar diferentes compras o para realizar diferentes gestiones, y otros tantos se desplazan con niños pequeños para que puedan jugar en las diferentes plazas de la ciudad. Gran parte de estas personas se quejan del intenso calor o del frío que se acumula en la ciudad.
Hasta que no admita nuestra Gerencia que la visión paisajística es completamente errónea y prepotente, nuestras plazas y avenidas serán incomodas y de poca utilidad. La salud de todos los jerezanos comienza por ese culto de la contemplación de la naturaleza, por ese descanso a la sombra de los árboles, por ese pasear por calles y avenidas, protegidos por ese manto arbóreo que nos resguarda tanto del calor y del sol, como del frío y de la lluvia.
Al iniciar nuestro recorrido desde Hipercor, atravesamos el parque González Hontoria, la plaza del Caballo, La Avda. Álvaro Domecq y al detenernos en la calle Sevilla, nos damos cuenta cómo el cemento, el hormigón y el asfalto presiden de manera contundente todo el recorrido. Sin embargo, en vez de haber minimizado los efectos que provocan estos materiales, lo que han hecho es potenciarlos aún más empleando el recurso de la palmera. Qué fijación más obstinada y tampoco eficaz. De ahí que sorprenda con qué rapidez y claridad de ideas la entrada de pIfeca y parte de su perímetro han sido flanqueados por una considerable cantidad de plataneros de importante grosor, mientras todo el recinto ferial se convierte en una olla a presión durante los días grandes de su feria.
Por cada palmera que se coloca en nuestra ciudad, podrían colocarse cuatro árboles de sombra, con un buen diámetro, resistentes y adecuados para refrescar y proteger la ciudad de tanto ruido, de su contaminación, y lo que es más importante para los ciudadanos, amortiguarían los extremos de las temperaturas.