Yohanny Martínez Meléndez nació hace 21 años en Barquisimeto, la llamada capital musical de Venezuela. Una gran urbe en la que viven más de un millón de venezolanos, la gran mayoría soñando despiertos con un país mejor, más igualitario o, simplemente, con un empleo. Los que pueden y tienen el valor suficiente aprovechan el atajo de no esperar a que su país de nacimiento cambie y optan por trasladarse a otro donde las condiciones de vida son más parecidas a lo que dictan sus ilusiones.
Yohanny cogió el atajo, que no es ningún camino de rosas, de emigrar a España. Primero, cuando aún no había cumplido la mayoría de edad, se instaló en Tenerife donde vive parte de su familia. «Fue entonces cuando empezó a llamarme la atención la vida militar y además fue cuando el ejército español abrió la puerta a los emigrantes», explica Yohanny.
Unas puertas que se abrieron, no sin cierta polémica, hace menos de tres años y medio. Actualmente, en el Tercio de Armada (TEAR) de San Fernando, uno de los pocos destinos a los que se permite ir a los extranjeros que defienden a España, cuenta con una fuerza efectiva de aproximadamente unos 2.200 infantes de marina, de los cuales el 80% pertenecen al personal de categoría de tropa. Del total del personal destinado en el TEAR un 5,5% son mujeres y un 5,3% soldados de nacionalidad extranjera. Yohanny entra en las dos categorías minoritarias, pero asegura no haber tenido problemas de adaptación y que ahora que es una de las soldados más veteranas ayuda al resto a integrarse en la tropa. «No importa si eres mujer y extranjera. Aquí sólo importa si haces bien tu trabajo. Yo no he tenido problemas porque siempre he estado muy vinculada al deporte y me he esforzado por estar al nivel de mis compañeros. Si alguien de fuera cree que no servimos para esto, que se levante del sofá y venga a demostrarlo», asegura la militar española de origen venezolano.
Segunda madre
Víctor Hugo Torres Torres también ha jurado defender España, aunque nació y se crió en Ecuador. Hace siete años y medio, cuando acababa de cumplir 19 años, se lió la manta a la cabeza y se montó en un avión que lo llevó desde Santo Domingo de los Colorados, donde compartía su existencia con otros 300.000 ecuatorianos, hasta Barcelona. Allí le esperaban algunos paisanos y un futuro incierto. Durante cuatro largos y fructíferos años trabajó de casi todo. «La vida era muy agitada en Barcelona, pero me fue bastante bien. En parte existe la creencia de que los inmigrantes se convierten en delincuentes cuando llegan a España y no encuentran trabajo, pero eso no es cierto. Los que son delincuentes en España ya lo eran en sus países de origen. Yo nunca tuve problemas, pero fue muy duro porque echaba mucho de menos a mi familia, los amigos, la comida...», recuerda Victor.
Muchos cambios en poco tiempo para dos emigrantes sudamericanos en dos puntos equidistantes de la geografía española. Hasta que coincidieron en las Fuerzas Armadas españolas y comenzó la verdadera transformación. «España nos lo ha dado todo. Es como una segunda madre. Somos tan patriotas como cualquier español. Jamás nos hemos sentido rechazados. Nos ha dado una oportunidad. He podido comprarme una casa y mando dinero a mi familia. Además, he viajado por países como Italia, Haití, Estados Unidos o el Golfo Pérsico», relata satisfecho Víctor.
Precisamente de su paso por Estados Unidos tiene Víctor uno de sus mejores recuerdos. «Era extraño, todos en mi país sueñan con llegar allí aunque sea ilegalmente. Muchos mueren por ese sueño y yo estaba allí legalmente, con buen trabajo, haciendo algo útil y siendo respetado por españoles y estadounidenses. Fue algo bastante raro y emocionante».
Los casi cuatro años que llevan tanto Johanny como Víctor en el ejército español, exactamente en la Tercera Compañía del Primer Batallón de Desembarco, les sirven ya incluso para detectar algunas deficiencias del sistema. «Muchos españoles se meten en el ejército para tener un sueldo, pero no para trabajar. La verdad es que molesta ver a algunos compañeros cómo hacen todo lo posible para no cumplir con sus tareas. La gente que lo ha tenido todo más fácil no aprecia lo que tiene. De todos modos, esas personas duran poco en el ejército porque acaban abandonando», afirma Johanny.
Ella sabe de lo que está hablando, en su país un soldado gana 200 euros mensuales, mientras que su sueldo es de 880, sin contar los extras por las maniobras. Sin embargo, su gran pega es la imposibilidad de presentarse a las pruebas de ascenso. «Los extranjeros tenemos que esperar a que nos den la nacionalidad. La pedí hace ya más de un año, y espero que me llegue antes de los exámenes de septiembre. Aunque si no es así, me esperaré el tiempo que haga falta», dice Johanny, que habla de su nuevo sueño con la certeza de que se hará realidad. Es la ventaja de tener experiencia en sueños cumplidos, aunque para ello hayan tenido que cambiar de país.