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Lunes, 29 de mayo de 2006
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El Quijote del toreo
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La vida viene a ser como un largo camino hacia un mismo destino donde se dan pasos sobre rosas y otras veces sobre espinas. Esas rosas rojas con embriagadores olores que algún día se marchitarán sobre nuestro caminar, y que su crujir nos hará percibir que el tiempo pasa y que todo lo bello se acaba tristemente.

En el toreo, como en la vida, el saber caminar ha sido una distinción entre aquellos que dejaron huella y otros cuyas pisadas el viento se encargará de borrar.

A Rafael de Paula le han concedido el honor de ser nombrado «Caballero Andante del Toreo». Ocurrió el mes pasado en Alcázar de San Juan, en La Mancha, tierra del Quijote, ese soñador caminante de maravillosa locura.

Una bonita coincidencia que al genial torero le entreguen este galardón poco después de hacer el paseíllo más emotivo en Madrid. Caminando, lento, con garbo elegante del que supo mejor que nadie gallear por chicuelinas.

Con la cadencia de un capote que nunca tuvo prisas, que soñaba y nos hizo soñar que en su caminar existía el compás de la verdad. De esa huella honda, cruda y singular que no tuvo miedo a las ventiscas ni a las lluvias atronadoras, pues su pisar era imborrable. Un Quijote gitano del toreo con piernas de cristal y muñecas de marfil celestial.

Rafael camina, entre otras cosas, porque nunca supo correr, y es ese andar airoso el que seguirá por los siglos andando por él. Su poesía es la más estremecedora del estremecimiento, su sendero largo y frío es la más fiel muestra de que la pureza no engaña a nadie. Un Quijote que luchó contra los molinos de la incomprensión, de la fatalidad y los fantasmas insensibles; esos que quisieron cortarle las alas al águila imperial que mejor voló. Y luchó con tan sólo una roja muleta, porque ni siquiera la espada supo usar.

Con las armas del arte y la fascinación, como ese maravilloso y loco Quijote que alucinaba con sus demonios. La emoción del recuerdo no cesa en su destino, cabalga libre y vigorosa entre los tiempos. A veces pienso que algunos toreros, como los buenos poetas, siguen toreando y escribiendo porque el caudal de sensaciones se sigue produciendo.

Esa es mi sensación al leer a Lorca, a Neruda o a Bergamín. ¿Acaso dejaron alguna vez de escribir? Si cada vez que los leo me transmiten algo nuevo, tan fresco y original como la más bella rosa primaveral. Ellos, los que fueron y son, siguen caminando, haciendo de su caminar un legado de humanidad.



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