Es algo difícil de imaginar. Hay que entenderlo. Pero, de verdad, creánselo. Como el sur, el domingo también existe. Incluso en el centro de Jerez. Y hay vida. Que sí. Unas criaturas de apariencia feroz cual morador de las arenas, rojos cual langostino sanluqueño, perdidos cual Marcus Brody en su museo, deambulan por el centro, esgrimiendo desesperadamente un mapa como Indiana Jones en las ruinas de Alejandretta. Aunque Jerez parezca tan animada como las playas del planeta de los simios, hay impertérritos Charlton Heston empeñados en descubrir la belleza, y mucha, que esta ciudad tiene que ofrecer a sus visitantes, salvo en domingo, claro. Porque el domingo, olvídense del turismo. Y de los jerezanos. Y si no, dense un paseo esta tarde por la calle Larga. Oxford Street, Unter den Linden, Sierpes y Gran Vía, todas ellas a la vez incluso, tienen que palidecer ante el movimiento de gran ciudad que demuestra nuestra querida Vetusta. Que quiere usted un café. Pues váyase a Parla. Que quiere usted un carrete, cada vez menos, o un botellín de agua, en estas fechas cada vez más, pues váyase también a Parla. Que quiere ver una iglesia, porque la gente, aunque sea protestante, también admira el arte, e incluso hay alguno que cree en Dios, pues quédese en la puerta esperando a que San Pedro le abra. Esto es Jerez. Algún día despertaremos del coma y aunque la barba de Robin Williams nos sonría, nos daremos cuenta de que nuestra oportunidad ha pasado. Y a llorar porque la tacita nos haya adelantado. Pero claro, ellos tienen playa, nos diremos, una vez más.