Con el tiempo uno se acostumbra a vivir a deshora y a no coincidir en planes y biorritmos con el resto de los mortales. Es esto del periodismo, que tiene sus ventajas y sus satisfacciones, pero que implica cierto sacrificio. ¿Qué se le va a hacer! Lo mismo dirán los médicos, los bomberos, los que atienden en esas gasolineras 24 horas o los camareros.
Pero con la llegada del buen tiempo y del calor todo se hace más difícil. Siempre tienes peor color que el resto, cuando coges el coche un sábado y el volante arde vas cargada con libreta y bolígrafo y no con la toalla y la protección 30, y por las noches nunca llegas a tiempo a esa cervecita regeneradora que calma la sed y en torno a la cual puedes comentar con pareja y amigos los avatares del día. Y esto último, si es en Jerez, es aún peor.
¿Y mira que hay bares en la ciudad! En cada calle, y con sus terracitas donde es un placer degustar unos buenos caracoles. Tengo una amiga que en esta época tiene una cita diaria con ellos, a la que siempre que puedo me sumo. El problema es que los que tenemos trabajos que se alargan -hasta el infinito y más allá- tenemos pocas opciones de disfrutarlos.
Y no hablo de la madrugada, sino de esa frontera de las 11 de la noche en la que ya empieza a gustar trasnochar un poco, y en la que más de una vez he deambulado con los amigos a la caza de una terraza donde tapear. Pero como si fuera una especie de tortura, justo cuando llegábamos los encargados las recogían en nuestras narices ¿qué crueldad! Menos mal que siempre está la terraza de casa, aunque algunos vecinos ya empiezan a mirarme mal en el ascensor.