-Un filólogo que monta una peluquería. ¿No hubo suerte con las oposiciones?
-Las oposiciones se oponían de mala manera. Lo intenté una vez, pero enseguida me di cuenta de que la suerte favorece a las hormiguitas y a los postulantes, y se valora muy poco la creatividad, la improvisación, que son dos valores fundamentales de la literatura.
-¿Por qué una peluquería y por qué en Algeciras?
-Me dolió mucho dejar Jerez, pero conocí a Mari, la futura madre de mis hijos, espero, y ella es natural de Algeciras. Además es una magnífica peluquera. Así que ahora aspiro a eso, a ser el marido de la peluquera y forrarme con la cadena de establecimientos que proyecto abrir en toda la provincia de Cádiz.
-¿Tiene tiempo para escribir?
-Siempre saco tiempo para escribir y para cocinar. Son, junto al sexo, los tres grandes placeres que me motivan. Soy profundamente hedonista y un poco halopécico.
-¿De qué tratan sus novelas?
-La primera la titulé Odisea en Almería y trata de un grupo de amigos que viven un auténtico infierno durante unas vacaciones: se pierden en el desierto de Tabernas, y sufren el acoso constante de miles de moscas alteradas genéticamente.
-Y la segunda...
-Chita era él es una reflexión sobre la libertad sexual. Habla de las peripecias judiciales de un mono travestido para que se reconozcan sus derechos.
-Un poco raro, no cree...
-Defina raro...
-Surrealista al menos...
-Yo no diría surrealista, porque la historia tiene un sentido, es una búsqueda moralizante... El mono es un símbolo, y su travestismo... Todos nos travestimos, aunque no todos literalmente.
-¿Y la crítica gastronómica?
-Cuando me trasladé a Algeciras un amigo inglés me propuso hacer reseñas sobre comida española para una revista británica. En ello andamos.
-¿Qué prefiere, un buen libro o un buen plato?
-Me cuesta elegir entre cualquier libro de Cela y un buen churrasco, la verdad; Shaskespeare o un montadito de palometa con crema de zanahoria, por ejemplo. Se me está haciendo el intelecto agua.