Es habitual que los agricultores españoles, y los franceses, y los europeos en general, se quejen del perjuicio que les ocasionan la entrada en sus fronteras de productos originarios del Tercer Mundo, de bajo coste, y por lo tanto mucho más accesibles para los bolsillos de los consumidores. Estos agricultores defienden que en sus países originarios no se cumple ningún tipo de normativa laboral, la mano de obra es más barata, se pagan menos impuestos y el eso permite que el precio total del producto sea más bajo. Sin embargo, me gustaría plantear una cuestión que, al margen de chovinismos tópicos e inútiles, nos motive una cierta reflexión: ¿Durante cuántos años nuestros productos han estado inundando estos países de origen? ¿Durante cuánto tiempo hemos estado obteniendo rentabilidad de sus propias materias primas, manipulándolas y revendiéndoselas con estrategias de marketin y publicidad engañosas? Evidentemente creo oportuno y necesario que se garanticen los derechos de los trabajadores en estos lugares de origen de los productos, pero lo que pretendo decir es que sólo vemos la paja en el ojo ajeno, y jamás la viga en el propio. Desde aquí hago un llamamiento para que se consolide un sistema de comercio justo, que beneficie a los productores y a los consumidores, sin que se enriquezcan únicamente intermediarios que se dedican a especular con el mercado. Un poco de autocrítica nunca viene mal.
Ernestina Román. Jerez