El pasado domingo 30 de abril fui a la Real Maestranza de Sevilla con la ilusión de un buen cartel: Hermoso de Mendoza, José María Manzanares y Cayetano. Los tendidos derrochaban color y alegría. Me encontré sin esperarlo con el adiós de un torero al que siempre he admirado. Manzanares no se sintió bien con ninguno de sus oponentes, si bien en su segundo dejó detalles de ese regusto exquisito que siempre ha deshojado. Después de la muerte de su segundo toro, el alicantino salió a la raya de tercios con seria tristeza seguido de su hijo, quien sacó unas tijeras y le cortó la coleta ante el asombro y la conmoción de todos. El adiós de un torero nos trae como rayos en la tormenta recuerdos y detalles de toda una vida dedicada al toro.
Son muchas las tardes en las que le he visto engrandecer la fiesta con una muleta lenta y fina, donde salpicaba aromas de gran torería. Aún recuerdo con frescura aquella noche en Puerto Banús del 97, donde Curro Romero, Rafael de Paula y Manzanares nos regalaron una tarde soñada. Romero con su empaque, Paula con su sentimiento, y Manzanares con su armonía. Recuerdos que van y vienen sin tú llamarlos, y en aquellos momentos donde con tristeza nos decía adiós, venían para nunca morir en nuestros pensamientos. Pocas ovaciones las he vivido tan inmensas y sinceras como la del pasado domingo. Una plaza que antes había abroncado al matador en su primero, pero que, sin embargo, tuvo la sensibilidad y el entendimiento de aplaudir, puesta en pie, a una clase de toreros. Un torero con sensibilidad y buen concepto, que supo con su naturalidad pellizcarnos el corazón.
A su salida, saltaron muchísimos compañeros a pasear al maestro a hombros por el albero maestrante. Y en un gesto de desbordante ilusión y arrebatadora decisión, fueron los propios toreros los que abrieron la puerta del Príncipe para sacarlo a hombros, aun sin haber cortado orejas. Aquello fue un encontronazo donde el sentir y la razón pelearon en nuestro interior. Al final entendí que él mismo no debió permitir la salida a hombros por mucho Manzanares que fuese. Más aún cuando se trata de un torero de los que siempre me han gustado, y me duele que participase en ese absurdo gesto poco digno y menos serio. La ilusión del arte a veces pasa por encima de la razón, y tampoco debemos darle más sentido que la emotividad del adiós de un buen torero.