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Sábado, 6 de mayo de 2006
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Memoria de un pertiguero
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Para la mayoría de los cofrades de esta ciudad, el nombre de Ramón Melero Quintanilla no poseerá ninguna resonancia. Nunca ocupó cargos en Junta de Gobierno, ni protagonizó actos públicos de relevancia. Su rostro no apareció nunca en fotos junto a personajes públicos, ni en declaraciones ni en entrevistas. Vivió una vida a ratos apacible, anclada en su serena memoria de aquél Madrid de Plaza Mayor, y a trazos amarga y angustiada. Pero nunca se arredró. Peleó con la adversidad de modo ejemplar y denodado, buscando con honrado afán la justa tranquilidad de una vida digna. Al final ha sido vencido prematuramente por la muerte, pero es una derrota sólo carnal y aparente. Cuando escribo estas líneas, La Vida con mayúsculas le habrá inundado de modo total.

Hoy, en este sábado antesala de la alegría, de recuerdos de ferias en nuestra caseta de la Amargura, con él tras de la barra sin que se le escapara un detalle, he tomado el voluntario encargo de hablar de su persona, para que no quede en el olvido público tanta actitud de servicio a su Hermandad como la que siempre llevó a gala. Porque durante muchos años, Ramón Melero fue el humilde pero afanoso pertiguero del Señor de la Flagelación, pequeño pero grande en el amor al Cristo que velaba sus sueños, y cuya devoción fue heredada de su padre, devoto anónimo y desconocido del Señor de Baccaro. Verlo cada Miércoles Santo cuidando su grupo de dalmáticas era como asegurar la esencia íntima de las más genuinas devociones. Y en contradicción permanente con su cuerpo menudo y su gesto sencillo, su vitalidad cofrade para todo lo que enalteciera a su Hermandad era inagotable. Nunca hubo ni habrá más afanoso e inasequible cobrador de lo incobrable, ni luchador de loterías con más ahínco, ni cumplidor más cabal de cualquier entrega monetaria tras el deber de venta cumplido. Muchos ladrillos de la Casa de Hermandad guardarán por siempre el recuerdo de aquellos días de pequeñas cartulinas amarillas, con las que él luchaba como si de construir Catedrales se tratara. Su casa fue siempre morada de sus amigos para improvisadas tertulias y sueños imposibles que atolondraban a sus oyentes. Proyectos miles y miles de ideas que nunca florecieron y son en esta hora el patrimonio inmaterial de sus amigos herederos.

La noche, o quizá la atardecida, le sorprendió en la soledad de sus morada. Muy cerca de su Cristo y su Amargura, quizá un íntimo recuerdo precipitó su cuerpo como improvisando un último gesto de abrazo o besamanos. Hace pocos días le dijimos adiós. En el cielo, habrá una pértiga de plata esperando sus manos para llevar a Cristo Resucitado por unas calles de alfombras en flor.



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