El Sur es un desierto que llora mientras canta. Los versos de Luis Cernuda pretendían reflejar el carácter contradictorio, definitivamente paradójico, de Andalucía y de sus gentes, y Cristina Hoyos los recita en su espectáculo para ilustrar con poesía las dos caras de nuestra vida y de nuestro arte: la tragedia de la subsistencia, el dolor ancestral de una tierra pródiga que vive pobre, el abandono, el olvido, la pena de haber sido tanto...; y la alegría contrapuesta de estar vivo, las ganas de fiesta, el gozo innato, la satisfacción.
Es imposible entender lo andaluz sin un prisma complejo, interpretarlo desde otro punto que no sea esta dualidad indestructible. Aquí se ríe y se llora con la misma intensidad, porque se siente sin tibiezas ni términos medios, y la contención, precisamente, no es la cualidad primaria de nuestro carácter, nuestra primordial seña de identidad.
El Ballet Flamenco de Andalucía, bajo la dirección de Cristina Hoyos, propone en Viaje al Sur un juego de contrastes: musicales, formales, escenográficos, destinados a transmitir esa dualidad, con el único hilo conductor del flamenco. Para ello, ha estructurado la pieza en tres movimientos.
El primero, reservado a la celebración de la vida, a la esperanza, es un prodigio de colores, un plantío de matices. El baile se sirve de alegrías, de guajiras, con un zapateado agudo, expresivo. Es la ilusión de la partida, el espejismo de la marcha. El público disfrutó con el derroche de intensidad del plantel que inauguró el escenario. El Junco se gusta, toma las riendas, y adquiere un merecido protagonismo. Cristina Hoyos apunta unas pinceladas que lo que la ha convertido en Cristina Hoyos: la inteligencia forma parte de un artista grande, y ella conoce sus virtudes expertas, y también las limitaciones que impone la edad. Lo que hace lo borda. Lo que no puede, no lo hace. Mañas de maestra que el público valora y agradece.
En el segundo movimiento, la oscuridad toma la escena, inunda a los bailaores. La Tragedia por Soleá, la angustia de la intuición de la muerte. Versos desgarrados, quejío. El color deja paso a la austeridad, al duelo, al sufrimiento. Aquí es donde Cristina Hoyos se exprime, paño de luto al fondo, luz de gas. Se mira dentro: gestos de su personalidad inconfundible. Más Soleá, como quebrantos, alguna por bulerías. Toná Serrana. Estremece. El cuadro guarda el cadáver supuesto, lo escolta en ese último Viaje al Sur que contiene siempre la vida. El Junco sigue luchando por ganarse a pulso el derecho a tener compañía propia.
La Pasión es alegría y es dolor, por eso merece un movimiento aparte. Las líneas clásicas se relajan, y Cristina Hoyos entona el Gracias a la Vida. La plegaria enciende bulerías. El Corazón partío, de Alejandro Sanz, en versión de tango, sirve de broche. Quizá aquí es donde convenga poner las pegas. Las costuras que justifican esta parte son endebles, no tienen entidad propia. Resulta superficial, poco profunda, y no cuaja. El experimento cojea en el cierre, donde se ha querido variar sin excusa ni contenido.El montaje, en definitiva, tiene cabida el flamenco en su forma tradicional, pero cuenta con modernas aportaciones de estilo, variaciones contemporáneas que lo enriquecen y lo lastran, según en qué momento aparezcan..
La alegría, el blanco límpido, la tragedia, el negro del duelo, y la pasión, el rojo rabioso encajan perfectamente en este viaje que estuvo arropado por alegrías y bulerías, la seriedad del martinete y tonás o la plenitud de la soleá.