Aunque todavía quedan algunos madrileños tostándose al sol en Valdelagrana, para la mayoría de los curritos hoy se acaba el puente. Es el día de volver al trabajo con cara de pocos amigos, aún con la resaca si uno se ha dedicado a vivir más la noche que el día, otros con el cansancio de los kilómetros si ha empleado sus horas libres en una escapadita para salir de la rutina.
Muchos de esos que salieron a disfrutar de las mini vacaciones en otra ciudad, en la sierra o en la playa, no han vuelto a casa, ni lo harán porque algún punto kilométrico les ha arrebatado la vida. Ya les gustaría a sus familias poder verlos de nuevo sentados en el sofá, morenitos por el sol, con sus maletas a cuestas y kilos de ropa para lavar. Hoy es el día en que los telediarios comienzan su monólogo cotidiado con la terrible cifra de familias destrozadas por un adelantamiento imprudente, por una llamada al móvil que nunca debió responder o por una copa que nunca debió aceptar el conductor que viajaba en el sentido contrario.
No es justo que unos cuantos, los que hemos tenido la suerte, porque muchas veces es sólo cuestión de suerte, de haber podido volver a casa, nos levantemos hoy maldiciendo lo rápido que pasan las vacaciones. Somos unos afortunados porque tenemos un trabajo del que quejarnos todas las mañanas y unos amigos que pueden enseñarnos las aburridas fotos de su viaje a Mallorca durante el puente. Somos afortunados porque hoy discutiremos con el jefe, nos enfadaremos por los atascos de la ciudad y porque no encontraremos aparcamiento en la Porvera. Es el regreso a casa.