No suele ser mi condición natural, pero hoy me quema un espíritu enrabietado al vivir la pasión de otras tierras y compararlas con la mía. Jerez duerme en una nube donde navega llevada a placer por el viento del arte. Tierra mimada, consentida y mal acostumbrada al no dar importancia a sus raíces. La piedra cartujana, desde el mismísimo tuétano de su polvo hasta el aire perfumado por bodegas y azahares en sus calles, todo en sí huele a arte.
Aquí se paladea el sabor del arte con más sensibilidad que en la mayoría de los sitios. Existen grandes aficionados, pero escasean y van a menos. Como se ha toreado aquí, tanto a pie como a caballo, no se ha toreado en ningún albero, al menos con tanta asiduidad, que por tanto dar se pierde el sentido de valorar. El toreo soñado y subliminal ha existido real y mágico ante nuestros ojos. Las mejores ganaderías pastan en nuestros prados, y nuestro caballo cartujano ha creado escuela con su compás en el mundo entero. No se entiende pues cómo Jerez no ha tenido diez o doce corridas al año, y que por malas gestiones empresariales nos hemos tenido que conformar con lo poquito que nos dan. No he visto una plaza de toros más triste y descuidada que la de Jerez, que con tanta historia y contando con los mejores mimbres, qué pobre cesta tiene. Nos arruinaron las corridas del arte y la de concurso... Qué lástima.
Lo mismo veo en el flamenco. A ver cuándo Jerez le levanta el merecido monumento a La Paquera. Lola Flores murió con la pena en su cuerpo de no ver cumplida su ilusión de tener un museo en su barrio. Allá la conciencia de quienes se empeñaron en denegárselo. Nadie parece acordarse de Luis de la Pica, bohemio entre los bohemios, artista de letras románticas que en el cielo hoy recita para dormir a una luna que siempre se entendió con él. Esa a la que tanto cantaba y por la que tanto suspiraba.
Todo ello me viene como aire triste y ahogado de cuando en cuando, dejándome pensativo en la nube de la incomprensión. Aquí no se lucha y no se defiende como en otros sitios. Jerez es un lujo para la cultura, para la expresión en cualquier vertiente artística: cantes, vinos, toreros, caballos, pintores... que deleitan a los paladares más endiosados, pero posee una cruz pesada y fatigosa de la que no parece querer desprenderse. Nuestra tierra sigue dormida y temo que su letargo se haga eterno.