He conocido a una rubita cuyos ojos color miel y sonrisa arrebatadora hace que cada vez que la veo suelte más babas que un niño de teta cuando llega la hora de comer.
La susodicha comentome días pasados que los hombres tipo Richard Gere en Oficial y Caballero ya no existen. Le respondí que a lo mejor es que no lo había buscado, y evidentemente no se encuentra lo que no se busca; el resto pertenece al azar.
Me acordé en esos instantes de la que lió Elena, la de Troya, hace siglos, muchos siglos. O bueno, la que lió Paris, porque no sabemos quién sedujo a quién. Y si el hecho de irse Elena con Paris o que se la llevara Paris por todo el morro fuese la causa de unas de la batallas más antológicas de la historia. Lo cierto es que esta epopeya cantada por Homero ha sido incluso hoy día pasto del celuloide.
No sé que quieren hoy las mujeres. La verdad es que no pedimos mucho, pero no entendemos con que se conforman ellas, o que es lo que piden. Me da igual seducir que ser seducido, pero si tengo que liar una guerra por alguna de ellas lo haré, no tengo la menor duda. Pero de lo que no estoy seguro es de si alguna de ellas sería tan avezada para saber que somos capaces de armarla por sus huesitos.
Hoy hay lo que hay: liberación común y compartida. Con sus más y sus menos, con cariño y cabreo. Pero si le dijera a mi parienta que me voy con los amigos a tomar una cerveza no espero encontrarme con la típica frase: «Tú sabras lo que haces». Yo no se lo diría a ella. La invitaría a que saliese con sus amigas, y de paso, yo aprovecharía para hacer lo mismo. Elena fue ejemplo de lo loco que uno se puede volver por una mujer, de forma sana claro. No soy Richard Gere, pero tampoco Fernando Esteso.