Siempre nos hemos destacado los jerezanos por nuestra elegancia, nuestra educación y nuestro saber estar y no sé bien por qué, pero hemos perdido estos valores de un tiempo a esta parte. Éramos criticados en localidades cercanas por cómo cuidábamos nuestras tradiciones, cómo nos preparábamos para disfrutar de ellas. Se metían con nosotros por cómo nos vestíamos acorde a la época que viviéramos, ya fuera Semana Santa o la Feria del Caballo. éramos ejemplo de saber estar en todas las situaciones imaginables. Pero la pasada Semana de Pasión me devolvió a la cruda realidad y me demostró que Jerez se ha convertido en una ciudad más, una ciudad como cualquier otra, por cerca o lejos que esté de nosotros.
Recuerdo, no porque sea muy mayor, sino porque sólo con volver unos años atrás me viene a la memoria, cómo nuestra Semana Mayor era muestra del señoría del jerezano. Recuerdo esos Domingos de Ramos en que todos, mayores o no, estábamos ansiosos por estrenar, para así poder cumplir con aquel antiguo dicho que nuestras madres nos inculcaron. Añoro los Jueves y Viernes Santos con los cofrades y los que no lo son, vistiendo sus mejores galas, aunque fuera en el caso de los más jóvenes, aquellas chaquetitas azules, cruzadas con botones dorados, conjuntadas con el pantalón gris marengo y con corbatas prestadas por el padre.
Pero, pobre de mí. Nada más lejos de la realidad. Este año he podido comprobar cómo abundaban en las calles las 'majorettes' y los 'vendedores de camarones'. Porque no me negarán que esas faldas blancas con botas del mismo color nos recuerdan a aquellas señoritas de falditas cortas que abrían siempre todas las cabalgatas. O no les viene a la cabeza aquellos vendedores de camarones con canasto y chaqueta de ese mismo color. Pero cuando ya creía haberlo visto todo, aparecieron esos zapatos puntiagudos de un color... ¿lo adivinan? Sí, blancos. Como merengues, como las viejas biscotelas que vendían en los trenes cuando era pequeño. Pero las modas son modas, y en esta sociedad de consumo no podemos hacer nada, sólo pedir algo más de decoro, y aceptar que esta temporada se lleva el blanco.
Aunque pueda resultar simpática la comparación y tenga especial interés en dejar claro que por encima de todo está la libertad del individuo en vestir como le plaza, otros sucesos que ocurrieron, en algunos casos a pocos metros de los desfiles procesionales, no tienen ninguna gracia y no se pueden consentir, porque eso no es libertad, es libertinaje. Me refiero a lo ocurrido a cofradías que no voy a nombrar por no concretar, porque el problema ha sido generalizado: no hay respeto a nada.
Los cofrades nos movemos por sentimientos y nos motiva a hacer estaciones de penitencia con nuestros sagrados titulares a la Catedral, el hecho de que queramos conmemorar la semana grande para cualquier católico. Cuidamos nuestras tradiciones que hemos heredado de padres a hijos y nos gustaría transmitir a nuestros herederos con la pureza que la recibimos. En España, no olviden que nuestro país se sigue llamando así por muchas identidades, realidades o patrañas nos quieran vender, la juventud está perdiendo los valores y el respeto a todo. Como siempre, el hecho de generalizar hace pagar a justos por pecadores. Discúlpenme los que no se vean reflejados en mis palabras y que sólo por ser jóvenes, mis afirmaciones les causen molestias.
Me da pena ver la Madrugá de Jerez, la noche de Jesús, a chicos y chicas de no más de quince años, tirados por el suelo borrachos, haciendo botellón en los palcos sin quitar la estridente música que sonaba en coche tuneado al paso de una cofradía que lleva por emblema el silencio (...)
José B. Moreno González Jerez