¿Cuánto hace que no viven un domingo eufórico? Si la respuesta es: «Desde la última vez que ganó er Jeré», pasen de mi columna, pero si siguen leyendo, entonces no pierdan su tiempo con tediosos compromisos familiares o aburridas sobremesas televisivas, y regálense dos horas de fantasía yendo al cine; porque son muy pocas las películas llamadas a ser imprescindibles, pero en la España de 2006, V de Vendetta lo es más que ninguna. Stalin y Hitler habrían matado a quien hubiese visto una película así. También Franco y Castro. Y aunque, de momento, ustedes podrán verla sin riesgo, algunos no se lo perdonarán nunca. Porque no es otro cómic más llevado a la pantalla, sino un épico canto antitotalitarista. Una bomba de relojería que puede estallar dentro de cada espectador.
En el futuro, Inglaterra se ha convertido en una atroz dictadura orwelliana, pues un día los ciudadanos decidieron (o alguien decidió por ellos) sacrificar su libertad a cambio de seguridad. Sucedió poco a poco, con tanta vaselina que ni se enteraron. Pero alguien tratará de despertar de la anestesia a toda una sociedad aparentemente perdida sin remedio: 'V', un moderno Espartaco tan sediento de justicia como de venganza, un héroe implacable que sabe que la violencia puede usarse para el bien. Y la usa. Y mucha. Y aunque Inglaterra y Hollywood quedan muy lejos de aquí, lo que vemos en la pantalla recuerda inquietantemente a nuestra propia casa, y en la sala se respira un denso silencio en el que flotan cifras y letras que nadie pronuncia, pero que a todos ponen los vellos de punta: '11-M'. Sin embargo, más allá de las coincidencias con nuestro presente, V de Vendetta es una sinfonía profunda en los discursos, tierna en sus historias de amor, dura en las reflexiones, vibrante en los diálogos, y rematada con un final apoteósico al son de la Obertura de 1812. Porque todo final es un nuevo principio.
¿Demasiado bombo por la adaptación de un cómic? Ni demasiado, ni demasiado poco. Cómic, cine, novela, música, pensamiento tanto da, si transmite una idea, un fogonazo de luz, o un atisbo de ilusión. Y si no les gusta el cine, la intriga, la aventura, o ni tan siquiera Natalie Portman, aún quedarán mil motivos para verla: háganlo por Shakespeare, y Jefferson. Por Goethe y Tchaikovsky. Por Orwell, Huxley y Bradbury. Por Fawkes, y, sobre todo, por esa fuerza secreta que son las niñas gorditas y con gafas. Porque aunque la mayoría pasaremos por el mundo sin pena ni gloria, historias como esta nos recuerdan que el poder se oculta en nuestro interior. Vean y recomienden a amigos y enemigos esta apología de la libertad y del individuo, este elixir que borra la palabra 'resignación' de nuestro espíritu, y en su lugar graba 'esperanza' a fuego y pólvora. Mentí cuando les dije que podrían verla sin riesgo; en realidad, corren uno gravísimo: despertar del letargo.
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