Existe un viento más provocador que el Levante? Es chulo, inmisericorde y demoledor. También es, con diferencia, el viento que más nombramos, yo hasta lo tengo de cabecera en este artículo semanal, y el que más maldecimos. Horas antes de saltar provoca en los seres vivos reacciones químicas diversas, a saber, sudoración, dolor de cabeza, dejadez e irascibilidad. Ahí, mandando incluso antes de llegar.
Normalmente decide azotar durante unos días, aunque sobre esto hay muchas teorías. Que si entra y sale en días impares, que si aparece de madrugada es bravo o, como tiene observado mi hermano Carlos, no sé si desde el ovni, que el viento del Este no aparece por aquí si el norte de España está bajo nubes y lluvias. Este viento nos hace a todos mirar al cielo, por si hay neblina, que es de la lluvia prima y del Levante, madrina, e intuir por la disposición de los panales de las abejas si va a ser verano de levante o de poniente. Con ningún viento nos volvemos tan primitivos.
El efecto del Levante en el ser humano es objeto de tesis doctorales en Psicología y Psiquiatría y de mucha literatura. A mí me gusta. Cierto que como a todo el mundo me ataca el carácter, pero es mi viento favorito. No conozco día más hermoso que el de Levante en calma. No se mueve una hoja y la temperatura del agua del mar es maravillosa. Un día de esos que calificamos como el mejor del verano aunque todos sepamos que es la antesala de un viento endemoniado que te hará vegetar durante horas o días.
Me gusta además porque nuestras playas se han salvado de convertirse en otra Costa del Sol, con más apartamentos, casas, hoyos de golf y guiris que granos de esa arena negruzca malagueña que nunca limpia el agua del mar. Con las playas magníficas que tenemos en Cádiz, sin este Levante que nos azota, hoy seríamos la versión hortera de Marbella.
Cuando salta no puedo evitar apostarme cerca de una de las bajadas en la playa de La Barrosa, que me tiene adoptada en verano, y esperar a que los veraneantes (nadie de aquí, que para eso somos muy respetuosos con nuestro viento) bajen con sus sombrillas, sus sillas y sus niños vestidos con bañador, camisetas, zapatillas y gorras a juego, y esperar, digo, hasta ver sus reacciones. Primero, estoicas. Se agarran a las sillas y sujetan la sombrilla. Luego de desesperación porque la arena, aunque uno intente mantener la compostura, pica una barbaridad cuando viene catapultada por vientos de 70 kilómetros por hora. La espantá llega normalmente a los ocho minutos.
La gracia es que al día siguiente, con un Levante aún más fuerte, bajan otra vez a la playa con sonrisa de bricomaníaco. Provistos de unos vientos que algún avispado tendero local les ha vendido para evitar que les vuele la sombrilla, vuelven a intentarlo. Esta vez, el Levante se lleva la sombrilla, los vientos, las sillas y revuelca a los niños en dos minutos. Los veraneantes salen descompuestos de la playa y pensando que el próximo verano huyen de nuestro Levante y se van al Levante español donde el viento de Levante es más normal.
Existen otros visitantes que me provocan gran curiosidad. Son los alemanes. Esos pasan del Levante. Es más pasan casi del verano. Viven en la playa todo el año y cuando llega el calor de verdad se van a su país y ponen en alquiler su casa o su apartamento de la playa. El resto del año bajan a la playa casi de madrugada, caminan hasta que el sol de las nueve de la mañana comienza a incomodarles y a partir de ahí disfrutan del tinto, que es lo más les gusta de nuestras playas. El Levante ni lo notan.
Nuestro viento tiene además un efecto sedante. Aunque no quieras te obliga a abandonar las calles después del almuerzo y te mantiene en un duermevela durante el que te rindes y vas del sofá a la butaca y de la butaca a la cama. Cuando no hay Levante el ritmo es frenético porque queremos hacer todo lo que llevábamos planeando los últimos once meses en unos pocos días. Ese ímpetu lo atempera el Levante y nos obliga a hacer en vacaciones exactamente lo primero que nos habíamos propuesto, descansar.