Los cuatro primeros toros de Cebada Gago fueron de una manera; los dos últimos, de muy otra. Estos dos tenían cumplidos los cinco años. No por la edad, sino por el fondo, resultaron los de más y mejor temperamento. El quinto, corto de manos, con mucha caja, de cuerna aguadañada, ligeramente bizco, atacó con agresividad y potencia. Nervioso y escarbador, enterró los pitones hasta tres veces en la arena y se vino algo trompicado cuando el trasteo empezó a ser mera rutina amontonada.
Robleño anduvo más dispuesto que afortunado. Cogerle el aire al toro era difícil. Un intento de apertura muy temerario -el toro en el burladero y el torero casi en los medios-, pero sólo un intento, porque al toro lo distraía algo y se volvía a algún reclamo. De manera que hubo que ir a buscarlo a las rayas y empezar de nuevo sin haber llegado ni a empezar siquiera. En algún muletazo calmado y limpio respiraron toro y torero, pero eso fueron pasajes muy aislados. Puesto encima del toro pero sin ponerse de verdad, Robleño trató de sacarse el toro de encima: pura contradicción. Larga la pelea. Sobró por lo menos la mitad.
El sexto fue el más aparatoso. El más original. Cárdeno botinero y capirote. No es rara la pinta cárdena en la ganadería de Cebada, pero en este toro, muy alto de cruz, se hizo especialmente vistosa. Levantado, el toro dejaba ver bien el blanco corrido de la panza y los pechos. Tenía el collar típico de los toros gargantillos. No era demasiado bello. Por alto. Y, sobre todo, por cornalón. Estrechísimo de sienes, los cuernos altos, abiertos, apuntados y recogidos. Muy ofensivo.
Pero empezó a entrar por los ojos a las primeras de cambio porque fue de mucho motor y muy buenos pies. Se pegó una vuelta de campana formidable en uno de los primeros ataques, se arrancó corrido y a toda velocidad al caballo de pica, se dolió y persiguió en banderillas y, en fin, no paró de pedir guerra, que es de lo que se trata. Buen combate hubo, además. Luis Vilches, de Utrera, uno de los contados toreros de la tierra anunciados este año en la feria, se acomodó y acopló en seguida. Con aire caro, porque los cinco primeros compases de faena fueron de gran suavidad y el temperamento del toro pareció con ellos bajar de grados.
Fue toro de los de enganchar por el hocico y llevar por abajo. Hubo ligeras resistencias y alguna escarbadura, pero luego viajó el toro entero con entrega y humillado. Cinco tandas le sacó Vilches. Dos primeras con la derecha, de tres y el de pecho. Y tres con la izquierda, logradísimas, porque fueron más largas y en las dos últimas Vilches llegó incluso al quinto muletazo ligado. Cuando el toro se sintió tan sometido, amagó con rajarse. No lo hizo. La faena fue, en fin, de mucho lujo. Seca y severa, porque Vilches es un torero de ese corte, pero de auténtico fondo. Gran asiento, mucha pureza. Y luego pasó que Vilches no le encontró al toro la igualada ni se animó a pasar con la espada y pinchó hasta cinco veces antes de enterrar la espada. Y colorín colorado.
Tercero engatillado
De los otros cuatro cebadas, el primero, castaño albardado, de hermoso trapío pero poco más de 500 kilos, fue de mansa conducta en varas y de salida. Pese a su tendencia a salirse suelto, fue de tranco suave en la muleta. Cortos viajes, distraído, frágil, pero muy noble. Curro Díaz, que empieza a parecer torero madurado y ahora sin el genio algo perturbador de antes, lo manejó con suficiencia y seguridad. Más no se propuso. El segundo, aleonado, cuello de astracán, bajo de agujas y notable cuajo, se fue del caballo sin disimulo, escarbó y reculó en banderillas pero fue en la muleta toro de no mal empleo. En un quite se le coló a Vilches y se lo echó a los lomos. Por la mano derecha, se acostó más de lo normal; por la izquierda hizo los deberes. Era también toro de enganchar y Robleño mismo pudo comprobarlo. Pero la cosa quedó en trasteo al hilo del pitón.
El tercero galopó de salida, y Vilches lo lanceó con ritmo bueno, y volvió a galopar después en un principio de faena que pecó de apresurado. Ese arrebato inicial del torero de Utrera no ayudó al toro, que empezó a plantarse antes de lo previsto. Obedeció el toro, pero dejó de repetir. Vilches le pegó muchas voces y lo mató a la primera. El cuarto, de precioso remate, galopó de salida. Curro Díaz le bajó las manos pero no se estiró con él.