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Jueves, 20 de abril de 2006
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TRIBUNA
Un martes 14 de abril
Un martes 14 de abril
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La madrugada del lunes 13 al martes 14 de abril de 1931 se proclamó en Eibar la República española. La localidad guipuzcoana se adelantaba así a las grandes capitales y se convertía en punto de partida para el resto del Estado, motivo por el cual recibiría el título de Muy Ejemplar Ciudad. Tras unos momentos de incertidumbre, se concentraron frente al Ayuntamiento numerosos eibarreses para retirar la placa con el nombre de Plaza de Alfonso XIII y colocar la nueva placa de Plaza de la República.

A lo largo del día se proclamó la República en otras ciudades españolas y gran parte de la población salió a la calle para celebrar el advenimiento del nuevo régimen que surgía de manera pacífica y sin apenas oposición. Así lo muestran los periódicos de la época, muchos de los cuales saludaron también a la República incluso con grandes exclamaciones en primera página. En Barcelona, Francesc Macià anunció desde el Ayuntamiento: «Catalans: Interpretant el sentiment i els anhels del poble que ens acaba de donar el seu sufragi, proclamo la República Catalana com Estat integrant de la Federació ibèrica».

En Madrid, el gobernador de la capital, Eduardo Ortega y Gasset, ocupó aquella mañana el Ministerio de Gobernación en nombre de la República y multitud de gente comenzó a llegar seguidamente a la Puerta del Sol en espera de noticias. Los miembros del Comité revolucionario republicano llegaron después y formaron un Gobierno provisional en el que participaron representantes de distintas tendencias políticas: los republicanos de la derecha liberal Niceto Alcalá Zamora (Presidencia del Gobierno) y Miguel Maura (Gobernación); los republicanos radicales Alejandro Lerroux (Estado) y Diego Martínez Barrios (Comunicaciones); los republicanos de izquierda Manuel Azaña (Guerra), Marcelino Domingo (Instrucción Pública y Bellas Artes) y Álvaro de Albornoz (Fomento); los socialistas Francisco Largo Caballero (Trabajo y Previsión Social), Indalecio Prieto (Hacienda) y Fernando de los Ríos (Justicia); el nacionalista catalán Luis Nicolau d'Olwer (Economía); el republicano galleguista Santiago Casares Quiroga (Marina). El traspaso de poderes se produjo sin violencia, representando al Gobierno caído el conde de Romanones. En el discurso transmitido por Unión Radio, Niceto Alcalá Zamora declaró en medio del entusiasmo popular: «Con el corazón en alto os digo que el Gobierno de la República no puede dar a todos la felicidad, porque eso no está en sus manos, pero sí el cumplimiento del deber, el restablecimiento de la ley y la conducta inspirada en el bien de la patria. ¿Viva España y viva la República!».

A pesar de la difíciles circunstancias nacionales e internacionales en que nacía la República, se abría de nuevo en España la oportunidad de crear un marco de convivencia democrática, de modernizar las estructuras del Estado y de iniciar un amplio programa de reformas económicas y sociales. Se retomaba, una vez más, la senda liberal y democrática emprendida desde comienzos del siglo XIX gracias a la obra de las Cortes de Cádiz y, posteriormente, a la Gloriosa revolución que irrumpió desde la misma bahía Cádiz en 1868.

A través de un comunicado, aquel mismo día declaraba Alfonso XIII: «Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo». Habían pasado apenas dos días tras las elecciones municipales convocadas por el almirante Juan Bautista Aznar, presidente del último Gobierno de la Monarquía, en un intento de volver a la normalidad como si nada hubiese sucedido.

Sin embargo, el excesivo compromiso de Alfonso XIII con la Dictadura de Miguel Primo de Rivera presentó las elecciones como un plebiscito a favor o en contra de la Monarquía.

Tras conocer el resultado de las mismas, Alfonso XIII siguió las recomendaciones de sus consejeros Romanones y Gabriel Maura, a quienes muchos monárquicos achacarían después la caída de la Monarquía por desidia, traición y cobardía.

En su comunicado, Alfonso XIII se despedía diciendo: «Espero a conocer la auténtica expresión de la conciencia colectiva y, mientras habla la Nación, suspendo deliberadamente, el ejercicio del Poder Real y me aparto de España, reconociéndola así como única Señora de sus destinos». Tras suspender la potestad real, Alfonso XIII abandonó España la noche de aquel martes 14 de abril y partió en un buque de la Armada Española hacia el exilio.



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