España tiene ocho millones de jubilados. La vivienda representa el 80 % del patrimonio de las familias españolas. La pensión media que abona la Seguridad Social ronda los 687 euros al mes. Y según datos del INE, el 87,2 % de las personas mayores de 65 años dispone de una vivienda en propiedad que, en el 68,9 por ciento de los casos, está completamente pagada. Esos pisos valen hoy entre diez y cincuenta veces más que lo que costaron hace veinte o treinta años. ¿Ven ustedes el negocio? Hasta ahora, los bancos y las compañías de seguros compraban esas viviendas a los jubilados y les aseguraban una plaza vitalicia en una residencia. Pero era un negocio menor, que contaba con la oposición de los herederos. Bajo la excusa de que no querían abandonar a sus padres en un geriátrico ocultaban su interés de esperar al fallecimiento, momento en el que el piso valdría mucho más. Pero los astutos bancos, y aseguradoras han dado otra vuelta de tuerca. Y ha inventado la hipoteca inversa, que garantiza el pago de una pensión vitalicia utilizando como aval la vivienda. Es la forma que tienen los propietarios de materializar el efecto riqueza y acceder a la plusvalía, hasta ahora sólo teórica, que fueron acumulando a lo largo de los años. Cuando se produzca el óbito del titular, los herederos pueden elegir entre quedarse con la vivienda cancelando el préstamo, obtener una hipoteca diferente sobre la propiedad o venderla a precio de mercado. El Gobernador del Banco de España alertó ayer sobre la «hipotecas muy creativas». Pero se refirió sólo a las que ofrecen un pago aplazado a 50 años. No dijo nada de las hipotecas inversas, que están sin regular, aunque el vicepresidente Solbes anunció hace dos semanas que Economía tratará de reglamentarlas y fomentarlas. Es una solución mágica para las cuentas de la Seguridad Social. Pero van a ser una inyección inflacionaria sólo comparable a la que se produjo cuando España se trajo el oro de América.