Levantarse un día cualquiera y no saber si es lunes, martes o sábado es síntoma de ser un currante dominguero. Me dirán que qué ventaja puede tener trabajar en un día de fiesta, sea sábado, domingo o festivo de calendario. La de periodista, como muchas otras, es una de esas profesiones que no perdona un circulito rojo en el calendario. Pero también tiene sus ventajas, aunque el principal obstáculo, y no es poco, es que todos los allegados se van de cervecitas por ahí, mientras una tiene que recogerse pronto si quiere que sus dedos le obedezcan sobre el teclado a la mañana siguiente.
¿A qué ventajas me refiero? Por ejemplo, se puede aparcar en la misma puerta del trabajo y además sin tener que pagar ORA y sin aguantar a los de-lunes-a-viernes-conductores-estresados que suelen ir con prisas a todas partes menos al trabajo. Como mucho te puedes encontrar a la-familia-al-completo-en-bicicleta- de paseo por la avenida.
Lo curioso de ser un currante dominguero es que después te conviertes en un no currante en día laborable, jornadas que en realidad pueden resultar más provechosas porque están todos los comercios abiertos, se puede ir a echar el ratillo al gimnasio y en verano se pasea una por la playa sin tener que detenerte a cada paso para no espachurrar los castillos de arena de los niños. Aunque claro, si como yo, son ustedes currantes domingueros sabrán que todas estas actividades se suelen hacer en completa soledad y aburrimiento (a no ser que tu pareja y amigos sean también del gremio) porque todo el que disfruta de un trabajo 'normal' está ocupado, o al menos, lo aparenta, de ocho a tres.