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Lunes, 17 de abril de 2006
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LECHE PICÓN
Catetos sin remedio
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Es que no tenemos solución, dita sea. Y somos capaces de echar por la borda en un periquete años de promoción de la ciudad y decenas de miles de euros gastados en campañas de excelencias turísticas, de «España Jerez» y de cómo bailan los caballos andaluces. En cuanto nos descuidamos, se nos quita la brillantina de ciudad moderna y nos aparece la caspa hortera que, a veces pienso, late en lo más profundo de nuestros melismas.

Viene esto a cuento por lo que se ha montado con la trama del fraude a las pensiones de la Seguridad Social, con toda la sesuda prensa rosa del país siguiendo el tejemaneje con cámaras en directo y corresponsales desplazados hasta el meollo de la cuestión. Y me digo, para empezar, que ya es mala suerte que la zapatiesta tuviera que liarse en Jerez y no en Bollullos Par de la Mitación, es un poner, como si esta bendita ciudad nuestra no tuviera ya bastantes líos con sus nativos para que además vengan foráneos, aunque sean de Ubrique, a formar la zarabanda. Y pienso, para seguir, que también es mala suerte que a la señora esposa de un torero de éxito, como es el Jesulín, no teniendo bastante con sus Ambiciones y el dichoso tigre que al parecer la habita, le diera por inventarse una pensioncita para su señora madre para que la bulla alcanzase proporciones de estrella supernova y todos los medios de comunicación del país, principalmente los de la llamada prensa del corazón, hincasen en Jerez sus colmillos.

Y así estábamos cuando a un par de centenares de zascandiles paisanos nuestros, sin nada mejor que hacer que sumarse a la algarabía con el sano propósito de dejar nuestra reputación por los suelos, le da por acercarse a su «Políngano» y agazaparse durante horas ante el edificio de los Juzgados a la espera de que por las puertas de esa santa casa aparecieran las carnes morenas de la tal Campanario. Eran -supongo- dignas amas de casa recién salidas del bingo, respetables parados con alergia al palustre y un enjambre de zánganos por el estilo. Amontonaban piedras de las obras cercanas y afilaban sus lenguas viperinas como si la citada individua hubiera sido la autora del Monumento a las Cofradías o la redactora del nunca bien ponderado Estatut. Y ahí van que cuando la tal «Campa» abandona los Juzgados, con todas las cámaras de las teles alumbrando el esperpento, se remangan las camisas, se recogen las bajeras, se ponen a tirar pelotes como locos y a dedicar a la interfecta lisonjas tales como «japuta, sinvergüensa, cornuda, totusmuerto» y lindezas por el estilo. Y ahí fue por los suelos la imagen de nuestro Jerez, que quedó como un villorrio.

Las reacciones, por supuesto, no se han hecho esperar, y desde programas televisivos, tertulias radiofónicas y artículos de la prensa escrita se nos ha puesto de vuelta y media. Y con toda la razón del mundo. Que si mucha Capital del vino, que si mucha Ciudad del Flamenco, que si mucho Circuito y Feria y Semana Santa, pero que a la hora de la verdad, nanay, que lo que somos es una panda de catetos sin remedio, a la altura de ésos que, en Castilla La Vieja, se dedican a tirar cabras de los campanarios.

Y todo por culpa de dos centenares de cantamañanas, mire usted. No tendrían los angelitos cosas mejor a que dedicarse que hacer que la imagen de nuestro Jerez retrocediese medio siglo. Garrote vil, les daba yo a los muy zanguayos. O cadena perpetua. O, peor aún, los obligaba a estar tres horas mirando el «Monumento al Caballo de Troya» sin moverse y sin parpadear, que eso sí que es castigo. Merecido se lo tienen, vive Dios.



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