La Semana Santa me mata. Me la he pasado, yo capillita de pro en los tiempos antiguos, inmemoriables..., encerrado en la redacción; atacaó, desmemoriaó, sin lírica semanasantística por mor de mi renuncia a la fe cofrade, sin coyuntura... Esperaba la llegada a Jerez de unos amigos de fuera, pero el billete es el billete. Iba a hacer de cicerone en estos días, de mañana a tarde, y también noche. Y ete aquí que me la pasaó encerrado frente al recortable y en la calle tras las cofradías.

He sido un niño bueno durante esta Semana de Pasión (je, je); hasta que llegó el franchute. Noviete de la Leo, me ha traído de cabeza en un par de días. El tío es más peligroso que un equipo de waterpolo de los gremmlins. Yo que estoy en un periodo místico como los indios, de reflexión, que tengo menos ganas de salir a la calle que el oso Yogui en pleno enero a robar emparedados en Yellowstone, aparece el Marc Royer de los cojones, como cualquier Louis Cypher ha reclamarme mi corazón voluble pero impoluto. He cumplido con mi trabajo. A ciencia cierta que lo sé, y también he cumplido como guía turístico nocturno y diurno.

Le he animado a él y a Leonor a que se vengan para la próxima feria del equino (jolgorio dedicado a ese enorme bicho con cinco patas), y por mi maré que me he arrepentido de decírselo. El de Lyon ha tomado el oloroso por bandera, el peta por estandarte y las calles de Jerez por los caminos de Roma. Si la amistad tuviera que desgravar en Hacienda yo ya hubiese cumplido con el fisco. Y los demás también conmigo. Yo lo único que sé es que la próxima Semana Santa la pienso pasar en al redacción y después celebraré el 14 de julio por anticipado.