Michel de Montaigne, abogado y filósofo francés, escribió: «No hay realidades sociales simples o puras. Todas tienen, al menos, dos caras: su luz y su sombra, su frente y su espalda, su verdad oculta, su filo envenenado». Ikea desembarcará en Jerez, con su carga pródiga de empleos y su modernidad envasada, adjunta en el manual de instrucciones. Todos celebrarán públicamente la noticia, signo y síntoma de avance y desarrollo, y escucharemos por doquier el crujir de las palmaditas en las espaldas ajenas. Esa es la cara, el frente, la luz. Hablemos un poco de la parte oscura, de las sombras con nombre y apellido que quieren vivir al otro lado.
El 23 de agosto de 1950 la sección de Obras Públicas y Paro Obrero, de la Diputación de Cádiz concedió uno de los primeros permisos de edificación en los terrenos que «lindan con el camino vecinal de Jerez, Sanlúcar, Trebujena». El solicitante tuvo que abonar a la institución provincial 150 pesetas, y se convirtió así en uno de los pioneros de la cañada de Miraflores, o carretera de El Calvario, como se la conoce popularmente, en intentar regularizar su situación. La mayoría de estos primeros habitantes trabajaban en el entorno, como peones agrícolas, guardas o dedicados a labores ganaderas.
El núcleo fue creciendo hasta contar, en 2004, según un informe del Ayuntamiento, con 76 habitantes, que representan la población aproximada hoy en día, con tendencia a la baja. La tasa de paro ese año superaba el 40%. La dotación de alumbrado era precaria, había problemas de inundaciones cuando la lluvia arreciaba, y el tránsito de la carretera suponía un peligro añadido, sobre todo para los niños.
«Aún así aguantamos», dice Manuel Florido, que lleva 58 en la zona. «Aguantamos porque trabajábamos aquí, y porque, yo personalmente, no me veía en otro sitio». Manuel y su mujer nos enseñan la casa, con patio interior, bien amueblada. «No nos hemos quedado en la cañada, como otros, mientras buscábamos otra cosa. En mantener la vivienda hemos puesto todos nuestros ahorros, mucho esfuerzo y mucho sudor».
Aunque ningún habitante de la zona quiere hablar todavía del tema a las claras, algunos reconocen, anónimamente, que durante muchos años tuvieron que convivir con una plaga peor que los cortes de luz, las madronas atascadas o las ratas: la carretera de El Calvario se convirtió a mediados de los 90 en uno de los principales puntos de venta de drogas de la ciudad. La cañada se transformó, merced al trasiego continuo de vendedores y compradores de estupefacientes, en uno de esos agujeros negros en los que pocos se atrevían a adentrarse por motivos que no fueran rigurosamente imprescindibles. «Aquello sí que fue muy duro», reconoce otra vecina, «tanto que nos planteamos de verdad dejar la casa, por primera vez en nuestra vida». Pero también pasó. La presión policial, que se tradujo en varias redadas consecutivas, acabó con buena parte del negocio, y la zona volvió a una relativa tranquilidad.
Se hayan o no se hayan precipitado los acontecimientos con el anuncio de que Área Sur e Ikea se instalarán en el límite mismo de La Cañada, lo cierto y verdad es que la mayoría de los vecinos del núcleo se han hecho a la idea de que su existencia supone un escollo importante para la ejecución del proyecto, y saben que eso implica que el fin de la zona como núcleo habitado.
Algunos afirman que no se moverán «hasta pelear lo que haga falta», y otros únicamente esperan «unas buenas condiciones por parte del Ayuntamiento». Antonio Sánchez, delegado de Planes Especiales de la Zona Norte y Sur, se mostraba rotundo hace unos días: «Nuestro objetivo es el consenso, y nuestro espíritu es el de dialogar con los vecinos lo que sea necesario, pero esas viviendas no se van a consolidar como núcleo urbano, y por lo tanto, si no hay acuerdo, se irá a la expropiación». Ahora sí, los días de la cañada después de más de 70 años de historia parece que están contados. Es sólo cuestión de tiempo.