Los aficionados espanyolistas se lanzaron ayer a la calle para celebrar los títulos de su club. No sólo la Copa del Rey del primer equipo, sino también la Superliga femenina que las periquitas lograron el pasado fin de semana. Pasadas las cinco de la tarde, dos autobuses descubiertos partieron desde Montjuïc para iniciar una tarde de festejos. En el primer autobús, se encontraba la primera plantilla y la junta directiva con la Copa del Rey; en el segundo autocar, las chicas con el trofeo liguero.
La primera parada fue en el Ayuntamiento de Barcelona, donde Joan Clos les dio la bienvenida y la enhorabuena. Después, el conseller primer Josep Bargalló recibió en la Generalitat a los campeones de Copa, ya que el presidente Pasqual Maragall excusó su presencia. Desde la balconada de la se sede del Gobierno autonómico, los jugadores y el cuerpo técnico botaron ante las constantes peticiones de los hinchas blanquiazules, que abarrotaban la plaza de Sant Jaume.
Los gritos los cerca de 5.000 aficionados iban dirigidos casi en su totalidad hacia Iván de la Peña, uno de los ídolos del partido, y Miguel Ángel Lotina. El futuro del técnico vizcaíno parece que está lejos de la entidad barcelonesa. Por ese motivo, intercalando gritos anti culés, los hinchas blanquiazules reclamaron con insistencia su permanencia en el banquillo para el próximo curso. Tras los actos institucionales, la fiesta acabó con música en las fuentes de la montaña mágica.
En el autobús
Por su parte, el técnico explicó ayer que su equipo comenzó a ganar la Copa del Rey ante el Zaragoza en el autobús que le trasladó de su hotel al Santiago Bernabéu.
El trayecto fue tan breve como intenso: del hotel Hesperia, situado en la plaza de Gregorio Marañón, al Bernabéu, apenas un kilómetro y medio en el que la expedición del Espanyol comprobó que realmente podía ganar la Copa.
Las fuerzas de seguridad cortaron el paseo de la Castellana para dejar paso al autobús del Espanyol . Pero sus seguidores jalearon de tal manera a su equipo que el autobús avanzó a duras penas.
Y los jugadores, animados por el ambiente festivo y la ilusión de los aficionados, se soltaron: al ritmo de los argentinos (Pablo Zabaleta, Mauricio Pochettino y Martín Posse) y del uruguayo Walter Pandiani, el autobús se convirtió en una fiesta de cánticos y abrazos en la que todos participaron. Hasta Lotina, habitualmente serio y de semblante preocupado, se dejó llevar. Saltó, alzó los brazos y al grito de «vamos, vamos» contribuyó a que el autobús pareciese más el de unos colegiales festivos que el de un equipo profesional de fútbol.
Una hora y media antes del partido, el Espanyol comenzó a disfrutar verdaderamente de la final de la Copa, una fiesta anual que sobrevive pese a los destrozos del calendario.
Llegó al Bernabéu media hora antes que su rival, el Zaragoza, y también saltó antes al césped para calentar. Luego, durante el partido, lo ya conocido: cuatro goles, euforia en las gradas y Raúl Tamudo levantando el trofeo.
El Espanyol había llegado a Madrid el lunes, sin hacer demasiado ruido, a la sombra de un rival en mejor estado y con una trayectoria copera inmaculada, tras apear a Atlético de Madrid, Barcelona y Real Madrid.
Se alojó en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, buscando el sosiego de las afueras de Madrid, y a medida que pasaban las horas, su fe en sí mismo aumentaba. Poco a poco, los jugadores tomaron conciencia de que merecía la pena disfrutar de la ocasión y los nervios dejaron paso a la ilusión.
Y finalmente, al igual que en tantas otras ocasiones, la Copa premió al menos favorito.
Ahora aguarda uno de los rivales más temidos de la primera división, el Valencia, y además en Mestalla, un campo especialmente difícil para los visitantes.