He visto en Internet una convocatoria promovida por la Escuela de Escritores. Consiste en la búsqueda, mediante democrática y abierta votación, de la palabra más hermosa de nuestra lengua. No se trata, ya ven, de ninguna empresa épica, de ninguna iniciativa trascendental, ni de ninguna intervención sobre los evidentes males de nuestra sociedad. Cierto que no. Sin embargo, no creo que la idea sea trivial. Pónganse a pensarlo por un instante. ¿Qué palabra elegirían, y por qué razón? Hay cientos, miles de palabras que nos han marcado, que nos han cambiado la vida, que nos han alegrado o entristecido, que han iluminado un día sin sol, o que nos han llenado de zozobra. ¿Cuál de ellas escogerían de entre todas? ¿Cuál es su palabra amada, su amuleto, su conjuro?
Como ejercicio de curiosidad, les sugiero consultar en la página del experimento (www.escueladeescritores.com) las palabras propuestas por otras personas, hombres y mujeres de toda clase, gentes anónimas o reputadas personalidades de la cultura, la política, la docencia Es interesantísimo.
Sorprenden algunas elecciones, aunque estén razonablemente justificadas (biodiversidad, por ejemplo, no se me habría ocurrido nunca; silencio es bella, pero un poco ¿contraproducente?); otras (tan dulces como madre, caricia o armonía) las secundaríamos casi de inmediato; algunas son como aves de plumaje colorido, quizá más llamativas que bellas: penacho, rimbombante, tornasol; otras deben su elección, posiblemente, a extrañas y particulares conexiones que apenas se pueden argumentar (es el caso de mi palabra favorita, cuya seducción no sabría definir: manantial). Tienen tiempo, hasta el 20 de abril, de dejar testimonio de la suya, de la palabra más suya.
Yo creo que el hombre es un animal con palabras. Palabras dichas o escritas. Sonidos y letras que nos definen por encima de cualquier rasgo fisiológico. Que se combinan para explicarnos y para explicar el mundo. O intentarlo al menos. Luminosas señales que nos sirven de guía y de sostén. Decimos (o escribimos) palabras de bienvenida en los nacimientos, de despedida cuando la Parca nos roba a un amigo, palabras de amor cuando éste nos embarga, de desagravio si hemos errado, palabras de consuelo en la compasión, de ira en el conflicto.
Es mentira podrida que una imagen valga más que mil palabras. Una palabra puede suscitar mil imágenes, mil sensaciones, mil sueños. Díganme, si no, cuántas imágenes se les vienen a la mente si digo (o escribo) la palabra libertad