Hace unos días escribí un artículo referente a una pancarta que alzaba en solitario un luchador que utiliza esta peculiar forma de protestar: permanece en una esquina muy concurrida levantando su mensaje escrito. En este caso era: En Francia revolución, en España botellón. A los pocos días recibí un correo de una joven muy irritada conmigo y con las críticas que se desprendían de tales afirmaciones.
Tiene razón, no quiero creer que todos los jóvenes españoles estén desinteresados de su profesión, de su trabajo, de su porvenir. Tal vez fui dura al juzgarlos aunque mi intención no fue la de criticarlos en este sentido, sino simplemente constatar que eran capaces de movilizarse por el botellón pero no por sus derechos laborales. Esto es un hecho que nadie puede negar. Que no se les haya hecho caso, como es cierto, en otras ocasiones, no quiere decir que no exista la insistencia en la protesta. Y esta protesta apenas la vemos en la juventud. Ahora bien, de ningún modo he querido insultar a nadie como decía quien escribía la carta. Sino todo lo contrario. Soy consciente, es más, soy testigo del inmenso y callado trabajo que están llevando a cabo miles de estudiantes, miles de jóvenes que trabajan por su futuro y ¿por qué no? por el futuro del país en que viven. Por ejemplo, hace unos días tuve el privilegio de ser jurado de los Premio Joven que organiza y concede la Fundación General de la Universidad Complutense de Madrid en varias modalidades como narrativa, artes plásticas, medioambiente, comunicación, solidaridad, ciencia y tecnología, y economía. Este año, que es el octavo ya de la convocatoria, se presentaron en total 580 trabajos, la mayoría espléndidos.
Tengo que reconocer que el día en que se otorgaron los premios, a la vista del entusiasmo y dedicación, y sobre todo de la calidad de los trabajos, la ceremonia fue extremadamente emocionante y como cualquiera yo me di cuenta de que aquellos jóvenes representaban a un sector inmenso de nuestra sociedad que se esfuerza y pone su inteligencia al servicio de una idea, de una profesión. Sabemos que hay en España muchos jóvenes capaces, inteligentes, dotados, no sólo en los estudios, sino en cine y teatro, y en todo tipo de técnicas y oficios. Tan dotados como los de cualquier otro país y tan entregados como ellos.
Lo único que yo decía es que, a mi modo de ver, aceptan contratos de trabajo indignos como si no hubiera otro remedio. La protesta y el compromiso tal vez fuera una solución. Es una idea solamente.