Está en riesgo nuestra libertad? La pregunta, inquietante y sugestiva, no es sólo un ejercicio de tremendismo o una invitación última al desánimo. Antes al contrario, porque nunca el ser humano estuvo tan a merced de sus propias posibilidades de dominio, la sola formulación de esta cuestión puede y debe ser una serena invitación a la esperanza, y con ella a la afirmación de la propia libertad íntima y personal, como derecho frente a estrategias ignoradas y dominaciones mas o menos subliminales.
Nuestra capacidad para la altura es también nuestra capacidad para el abismo. Aquella sabia reflexión del filósofo Jesús Arellano ha dado desgraciadamente muestras sobradas de su realidad en el último siglo, acaso el de más abismo para la humanidad, con cuyos memoriales del horror la más mínima sensibilidad se estremece. Y ese abismo ha sido también la tumba de la libertad y la dignidad, flores hermosas pero extremadamente vulnerables a los vientos y adversidades. Los horizontes futuros siempre parecen prometernos un tiempo mejor, y esta es quizá nuestra coyuntura. Los apóstoles de los nuevos tiempos ondean sus banderas de globalidad y multiculturalidad, edenes de una nueva era, pero quizá no reparan en responder a la pregunta última y fundamental. ¿Dónde quedará el hombre y donde su libertad?
En estas coyunturas, merece la pena acudir a quienes no han dejado de inquietarse ante los horizontes de la sociedad futura, o bien describieron los males de la presente. Puede sorprender que en medio de un optimismo quizá superficial hayan germinado conciencias tan lúcidas como las que ahora traemos a colación. Y es que a veces la lucidez del individuo frente a la masa es el último faro de luz ante los arrecifes del desastre. A veces su pesimismo pudiera parecer desmedido. Pura apariencia. En realidad, la historia se ha encargado de darles la razón. Traigamos a colación no uno, sino dos botones para la muestra.
El primero es un fragmento de la Carta a un amigo desaparecido de Ernst Jünger: "Las comunidades son simples montones de individuos, semejantes al caos variado de las especies animales . Y sólo entienden el lenguaje que enseña la necesidad; el lenguaje de quienes tienden a arrimarse y adularse mutuamente antes de entregarse al canibalismo". ¿Pesimismo desmedido? ¿Juicio aislado?
Vayamos al otro testimonio, sorprendentemente coincidente y emitido un siglo antes. Alexis de Tocqueville sueña con la sociedad futura, y el monstruo producto del sueño de su razón se le aparece en su total diafanidad, tanto, que cuesta trabajo no reconocerlo en nuestro cotidiano discurrir: "Veo una multitud innumerable de hombres iguales y semejantes, que giran sin cesar sobre si mismos para procurarse placeres ruines y vulgares, con los que llenan su alma ". Junto a esta visión, surge, inevitablemente, la amenaza de la libertad: "Sobre éstos (se refiere a los individuos) se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte se asemejaría al poder paterno, si como él tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia, y quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar". Sobran los comentarios.
Con todo, siempre es tiempo de esperanza. Y como en un retorno a la sensibilidad evangélica, si en el principio fue el Verbo, la Palabra, sea ésta siempre un buen principio para andar al aire libre la estrecha y sinuosa calzada que lleva a la libertad humana.