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Domingo, 2 de abril de 2006
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Opinion
La verdadera reforma de la Semana Santa
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Llegada la Cuaresma y cercana la Semana Mayor, se ha abierto un debate, no sólo en Jerez sino también en otras ciudades andaluzas, sobre la necesidad de reformar el discurrir de las cofradías en la calle. Mientras que, por ejemplo, en la capital hispalense se habla de una segunda madrugada o la incorporación de nuevas hermandades, de manera análoga se discute en Jerez el replantear itinerarios, cambios de día y el eterno tema de por qué no salen cofradías en el Sábado Santo. Esta polémica se desarrolla públicamente en el escenario de una sociedad secularizada y ante un hombre descreído, que poco conoce, ni le importa, la vida de las hermandades por dentro y todo el bien que hacen en la Iglesia y en la sociedad. Lo único que le interesa de este fenómeno de la religiosidad popular andaluza es que atrae mucho turismo y que su valioso patrimonio artístico se convierte en fuente de riqueza. Este hombre secularista no quiere que desaparezcan ni la Semana Santa ni las fiestas patronales. Lo que intentará es vaciar de contenido cristiano esas manifestaciones y desvincular o debilitar lo más posible el sentido de pertenencia a la Iglesia Católica de las hermandades y cofradías.

Sin embargo, los retos de las Hermandades y Cofradías no están sólo fuera de ellas: el humus secularizador ha penetrado en la vida y en el comportamiento de muchos cofrades. Así, cuando nos empeñamos en lo puramente externo de la estación de penitencia, estamos perdiendo el sentido de Dios, dejando de lado la realidad del pecado, el valor de la reparación de nuestras culpas, la importancia de la ascética en la vida humana y cristiana, la falta de asistencia y participación en la Misa dominical como signo de identidad de nuestro ser católico, etc. No se va a incrementar la fila de nazarenos porque demos facilidades a los hermanos para conseguir la túnica u otras cosas, sino por intensificar la vida espiritual y apostólica que da sentido a toda estación de penitencia. No se trata de sentirnos satisfechos por ver cuánta gente convocamos en las calles, sino de preocuparnos por llenar los templos en los cultos de Hermandad y en las celebraciones eucarísticas de nuestras parroquias.

Además, otro aspecto de esta secularización ad intra se pone de manifiesto en muchas de las actividades sociales y culturales, que -debido a una falta de conexión con la fe que vivimos, celebramos y profesamos- son percibidas y valoradas por los que están fueran como actividades de ONGS singulares. Por ello, es imprescindible recuperar lo genuino de la caridad cristiana, que pertenece a la esencia y naturaleza de una Asociación pública de fieles de la Iglesia Católica. Nuestro dar a los pobres no viene demandado por «planes solidarios» y «requerimientos igualitarios», o para que seamos tenidos en cuenta por los poderes públicos, sino porque nuestra mirada sobre cualquier menesteroso de la tierra nace del amor a Dios y a sus criaturas, nuestros hermanos.

Sobre este tema nos dice Benedicto XVI que «la Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes y, por otro lado, nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad del amor»

La verdadera reforma de nuestra Semana Santa es la interior, la que se debe dar en el corazón de cada cofrade y en la vida íntima de cada hermandad. Si esto se olvida, languidecerán nuestras cofradías, y muy pronto se convertirán en un mero 'parque temático'.



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