MAR ADENTRO

La doble contaminación del 'New Flame'

Lo sorprendente es que siga vivita y coleando. La Bahía de Algeciras lleva contaminada desde que naufragaron las baterías flotantes en el siglo XVIII y ahí sigue, con esos sorprendentes días de poniente traslúcidos y ese invierno gris contaminación en los que, tan a menudo, la arena de la playa de El Rinconcillo recuerda al asfalto de la 340.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Lo del New Flame se veía venir desde el mes de agosto cuando se fue a tomar viento; como se ha visto venir lo de los otros 50 vertidos de los últimos dos años, con los ecologistas gritando que viene el lobo y las autoridades británicas, españolas, gibraltareñas o andaluzas, mirando hacia el tendido con cara de yo no fui. En este caso, al menos formalmente, la Junta de Andalucía ha hecho sus deberes y ha lavado en casa los trapos ajenos. Lo que cabría preguntar es por qué el ministerio español de Exteriores era antaño tan diligente a la hora de someter despiadadamente a colas de hasta tres horas a diestro y siniestro, cada vez que quería fastidiar a Joe Bossano y a Peter Caruana, y en los últimos años, desde el incomparable Tireless en época del PP a este New Flame en etapa socialista, se ha puesto a canturrear Let it be y ahí que me las den todas.

El Foro Tripartito, puesto en marcha hace año y pico con la declaración de Córdoba, tendría que servir para algo más que para que los señores dignatarios degustasen bombones Ferrero-Rocher en las fiestas del embajador. Y si dicho escenario ha servido con eficacia para resolver asignaturas pendientes como el uso conjunto del aeropuerto o el tránsito por la Verja, lo mismo podría valer para que la administración yanita consultase en el Basil Potter cómo se traduce a cualquier idioma la palabra ecología.

Gibraltar tiene razón a la hora de quejarse de que se ha mirado con lupa su gestión en muchos asuntos de su incumbencia, desde la opacidad del centro financiero al trato que suele brindar a los inmigrantes marroquíes. Pero tendría que callarse la boca por su plusmarca en cuanto a desastres ecológicos, en una Bahía en la que España ha batido todos los récords en este siniestro asunto. Mientras que en los últimos años tanto las industrias campogibraltareñas como las autoridades municipales han empezado a poner pies en pared respecto a esta cuestión, Gibraltar sigue a su aire, pero es un aire visiblemente contaminado.

Al margen del segundo fiasco en su plan de reflote, en seis meses después de que el New Flame empezara a hundirse seguimos sin saber, por ejemplo, qué chatarra en concreto es la que carga el barco. Al margen de combustible y aceite, el chapapote que sus 42.000 toneladas arrojan sobre las costas españolas lleva en su composición hidrocarburos pesados, tal y como ha denunciado el activo y riguroso grupo ecologista Verdemar, ejemplar mosca cojonera en todo este galimatías. Claro que, especialmente en época electoral, no sólo podemos hablar de contaminación marina sino política. Desde el PP, que sigue buscando cualquier equiparación posible con el desastre en la gestión del desastre del Prestige, ya se critica que no haya manifestaciones contra el New Flame como las que hubo por la reparación del Tireless, como si un vertido grave tuviera el mismo rango que la inadecuada y peligrosísima reparación del reactor de un submarino nuclear en una base no preparada para ello.

¿Por qué será que los conservadores que sorprendentemente tanto reprochan a la Junta de Andalucía la presencia de submarinos atómicos en Gibraltar y en Rota, nunca se han dejado ver por las marchas antimilitaristas?