Guerra en Ucrania
«Mi vida ha quedado bajo el agua por culpa de Putin»
La localidad de Afanasivka, en la cuenca del Dniéper, se ha convertido en una isla sitiada por la riada. Sus habitantes, ganaderos, resisten porque no quieren abandonar a sus animales
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Agua por todos lados. Un agua de color marrón, amenazante, que avanza con fuerza y no para de subir. Las tres carreteras de acceso a Afanasivka han desaparecido y esta localidad en la cuenca del Inhulets que antes de la guerra tenía unos 700 ... habitantes se ha convertido en una isla a la que solo se puede entrar y salir en las lanchas de los equipos de rescate.
La crecida de Dniéper se nota en los demás ríos vecinos y las zonas rurales de la región de Mikolaev, que los rusos ocuparon durante 9 meses, han resultado seriamente afectadas por la inundación.
«Hacemos una media de 200 viajes por día», confiesa uno de los responsables de la embarcación de rescate. Trabajan de sol a sol, llevan como máximo a 6 pasajeros y no pueden transportar carga ni animales de gran tamaño. Afanasivka es una pequeña localidad que antes de la guerra tenía medio millar de habitantes, la mayoría ganaderos y agricultores.

Muchos huyeron tras la llegada de los rusos, pero con la liberación de noviembre se animaron a regresar y ahora lo han perdido todo. Si la guerra y la ocupación no eran ya suficiente castigo, les ha tocado ver el río como nunca lo habían visto en sus vidas.
El recorrido en barca dura apenas diez minutos. En la otra orilla los vecinos esperan su turno con paciencia. Donde antes paraba el autobús, ahora para la lancha hinchable. «No tenemos luz, ni agua, ni conexión telefónica y la única comida que recibimos es el pan que traen lo militares dos veces al día, no hay nada más», explica Olena Guluk, pegada a su pequeño chihuahua marrón. Ella espera junto a sus vecinas el turno para poder cruzar y viajar hasta Snihurivka para comprar algo de comida.
«No podemos dejar las casas porque tenemos animales y nos necesitan. No hay forma de evacuar a los animales y sin ellos no nos podemos ir, morirían», explica Natalia Trimud, vecina que tiene una veintena de cabezas de ganado. Se protegen del sol bajo una higuera y de fondo se escucha el mugir de vacas lecheras, que ahora pastan en el parque central. Aunque las condiciones de vida son duras, los viajes son de ida y vuelta. No quieren escuchar de nuevo la palabra «evacuación», como ocurrió cuando llegaron los rusos.
«Si sobrevivimos a la ocupación, también lo haremos ahora. Aquellos fueron meses de hambre, desconfianza y miedo y ahora nos toca un momento de terror. Yo, además, no sé nadar y siento pánico al verme rodeada de agua. En mi caso, el agua da más miedo que la ocupación. ¡Ojalá un milagro detenga la crecida y recuperemos pronto nuestras vidas!», exclama Natalia Moiseiva, también ganadera. Tienen la piel seca y quemada por el sol, viven pendientes de río y rezan para que Dios.

«Lo más importante no es la comida, ni el agua potable, lo más importante es que lleguen más armas para acabar de una vez con el enemigo, expulsarle de nuestra tierra, solo así podremos vivir en paz», piensa Yuri, quien insiste en mostrar su casa en la que el agua le llega por encima de la cintura. Intenta rescatar todo lo rescatable, pero tiene miedo a que el agua esté contaminada y le provoque alguna infección. Los responsables de sanidad ya han alertado de que pronto comenzarán a ser visibles los cuerpos hinchados de animales muertos y temen que serán muchos porque la zona anegada está llena de granjas. De momento, lo que se sí comienzan a poblar las orillas son pequeños peces muertos.
«Estamos rodeados, rodeados y lo he perdido todo»
No hay vecino que no quiera compartir su desgracia. Aleksánder lo hace al volante de su viejo Lada, una pieza de museo que arranca con mucha dificultad y retumba en el silencio de este pueblo isla. Conduce casi sin mirar hasta las tres carreteras que antes servían para salir del pueblo y que ahora no existen. Acelera hasta llegar al límite del agua. Frena de golpe, maldice y da marcha atrás. «Estamos rodeados, rodeados y lo he perdido todo, mis tomates, mis coles, mis semillas… toda mi vida ha quedado bajo el agua por culpa de Putin, le maldigo», dice este hombretón de ojos azules antes de romper a llorar. Las lágrimas caen sobre el agua que anega sus invernaderos. Está roto. Aleksander ha quedado atrapado en Afanasivka, un pueblo convertido en isla por culpa de la voladura de Kajovka.
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