Putin, el zar acorralado por un amigo «traidor»

El presidente ruso se vio amenazado por la rebelión de sus propios mercenarios, liderados por alguien que en el pasado fue de su plena confianza y ahora piensa en derrocarle

Preguntas y respuestas: lo que se sabe y lo que no del intento de rebelión del grupo Wagner

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El presidente ruso, Vladimir Putin, junto a Prigozhin, en una imagen de 2010 AFP / vídeo: atlas

María Carbajo

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Durante 24 horas se vivió este fin de semana el momento más tenso en Rusia desde que le declaró la guerra a Ucrania en febrero de 2022. Los hasta ahora aliados de Putin, el grupo de mercenarios Wagner, se volvía en su contra tras la escalada de desavenencias vivida en las últimas semanas.

Al frente de estos militares por vocación, Yevgueni Prigozhin, quien hasta hace no tanto era un hombre de la plena confianza del presidente ruso, hasta el punto de ser su cocinero. De esa cordial relación sin sobresaltos, ambos han pasado a una lucha de poder que este sábado pudo dar un vuelco casi definitivo al conflicto y desatar una guerra civil en Rusia.

Putin, en su afán eterno por colocar a su país en el podio de dominadores del planeta, lleva años dando pasos en su sueño de construir 'la Gran Rusia', un concepto con anhelos de otros tiempos que han logrado el efecto contrario: situar a Rusia entre los enemigos de medio mundo.

Desde que en 1999 Boris Yeltsin pusiera de primer ministro a este exjefe de la KGB desconocido por entonces, los pasos de Putin se han encaminado en la misma dirección, la de reconstruir aquella gran potencia mermada tras la caída de la URSS.

Declaración de intenciones

En pos de ese deseo y durante sus dos primeros mandatos, Putin reforzó su influencia en el Parlamento, colocó a los gobernadores regionales bajo el control de Moscú, reforzó el FSB (actual agencia de Inteligencia rusa) y metió en vereda a los medios de comunicación y a los poderosos oligarcas. Había llegado para dejar su impronta y, más de 20 años después de su primera llegada al gobierno, continúa trabajando en su legado y acumulando más poder del que en su día tuvieron Stalin o el Zar Nicolás II.

Reservado y muy celoso de su intimidad -no en vano apenas se conocen detalles de su vida privada-, Putin cuenta con decenas de miles de adeptos dentro de una Rusia que se ha visto reflejada en ese orgullo de zar que el presidente exhibe desde el trono de su particular autocracia.

Con el estallido de la guerra en Ucrania, la comunidad internacional ha mostrado su radical rechazo a la ambición de un líder que, para muchos dentro de las fronteras rusas, es el héroe que merecen y necesitan.

Sin embargo, todo su orquestado avance hacia tierras en disputa con Ucrania, en esa misión de, en sus palabras, «desnazificar» el país que preside -y en el que resiste- Zelenski, se ha topado este fin de semana con un obstáculo que años atrás Putin ni siquiera podría haberse imaginado: el de la traición de un amigo y patriota como Yevgueni Prigozhin.

De amigo a «traidor»

El líder del grupo Wagner, quien trató de labrarse la vida como cocinero, llegando a servir al propio Putin, se ha hartado del combate de egos que han protagonizado él y su hasta hace poco aliado en el sueño de la gran Rusia.

Prigozhin denunció hace unos días que el grupo Wagner, los mercenarios en lucha por Rusia, había sufrido ataques por parte del ejército de su propio país, lo que terminó por desatar la tensión entre ambos bandos y activar el germen de este conato de guerra civil.

Para llegar a ese punto de ruptura, hay que remontarse unas semanas atrás, cuando Putin deslizó que los mercenarios deían integrarse en el engranaje gubernamental y perder la independencia de la que ahora gozan, algo que para una persona enamorada de su individualidad y que tanto y de tantas diversas maneras -algunas ilegales- ha luchado por su libertad no acató de buena gana.

El giro sorprendente ha sido, una vez que el jefe de Wagner tomara la decisión de dar marcha atrás y no entrar en Moscú, el de poner rumbo a Bielorrusia para aliviar tensiones. No cuadra el paso atrás en una persona de desmesurada ambición, al igual que su antiguo amigo y ahora contendiente.

Pese a que comparten el deseo de hacer de Rusia una gran nación, no han logrado entenderse a la hora de dar pasos juntos, marcados ambos por un deseo irrefrenable de destacar.

Prigozhin, buscado por el FBI y considerada una de las personas más peligrosas del mundo, no parece el tipo de persona que abandona un objetivo tan claro como el de derrocar al líder ruso quien, en esta ocasión, y tras estar acorralado y escondido, ha salvado una bola de partido que podría haber cambiado para siempre el rumbo de la Historia.

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