Del infierno de Afganistán a la esperanza en España: «Si estuviera en mi país, me habrían casado con un hombre de 50 años»
Desde que los talibanes tomaron el control del país, las mujeres afganas han sufrido graves retrocesos en sus derechos fundamentales. En la actualidad, ninguna niña mayor de 12 años puede continuar su educación en Afganistán
Rohafza es una niña de 9 años que va a la clase 3ºB, en un colegio público de Algemesí (Valencia). Le gusta dibujar, estudiar matemáticas y castellano, jugar al pilla-pilla. Una tarde de enero escribe esta presentación como escriben los niños: el gesto concentrado, la letra redonda, los puños que aprietan con determinación lápices de colores. Después, dibuja a dos niñas sonrientes, junto a un castillo amarillo.
Lo que Rohafza no escribe, pero cuenta, es que llegó a España hace más de un año, desde Afganistán, huyendo del régimen talibán que tomó el control del país en agosto de 2021. Recuerda con claridad los días antes de marcharse: ella estaba muy nerviosa, todas las niñas lloraban. Habían llegado los talibanes, explica, y ellos no dejan que las chicas vayan al colegio. «Algunas veces matan a las personas, y no dejan salir a las mujeres de casa; solo dejan salir a los hombres», afirma.
En la sala infantil de la Biblioteca Pública de Valencia, rodeada de niños que pasan la tarde y adolescentes que preparan sus exámenes, Rohafza habla en un castellano claro y rápido. Cuenta su exilio de carrerilla, con desapego; como si esta fuese la vida de otra persona. Y enumera: de Afganistán a Pakistán, de Pakistán a Madrid, de Madrid a Valencia. En este punto recupera la emoción; sonríe, y explica: «Vine a Algemesí, tengo una casa, voy al cole y todo está bien». Cuando sea mayor, afirma, quiere ser doctora.

Antes de la llegada de los talibanes a Afganistán, Susan se graduó como informática en la Universidad Politécnica de Kabul. Recuerda que estaba nerviosa en su primer día de clase; también muy feliz: «Informática es mi sueño». En esos años, explica, las mujeres podían tener sueños. Podían hacer planes para su futuro. Nunca imaginó que «todo esto» fuera posible: los colegios que cierran; las niñas que no pueden estudiar; las amigas que dejan de verse, que se quedan encerradas en casa, que no pueden salir de Afganistán y, cuando hablan con ella por teléfono, le piden: «estudia mucho, intenta mucho, aprovecha mucho; porque tú puedes continuar con tus estudios, y nosotras no podemos».
Susan se sabe afortunada: llegó a España en agosto y está cursando un máster de informática en la Universidad de Valencia. La asignatura que más le gusta es 'programación del lado del servidor'. Estos días prepara sus exámenes finales. «Cuando hablo con mis compañeras que están en Afganistán, me dicen: 'Estás muy alegre porque puedes estudiar'. Me dicen que ellas se quedan todos los días en casa, que no tienen motivaciones, que sufren problemas psicológicos». Susan no sabe qué responder. En un castellano aún precario, pero quizás por eso más esencial, afirma: «No tengo esa palabra. Ahora mismo no está esa palabra que podamos decir a las mujeres afganas, porque su situación es muy mala».
Cuando se enteró de que las universidades cerraban en su país, lloró mucho. Por sus amigas, por sus familiares, por todas las mujeres de Afganistán. La educación, afirma Susan, es como una luz. Las mujeres que no pueden estudiar quedan en la noche, para siempre. La educación, repite Susan, es como una luz. «Sin educación estamos ciegas, silenciada, sordas».
Cuando sea mayor quiere trabajar en una empresa en España, y desarrollar aplicaciones que ayuden a otras personas. Porque todos los seres humanos, cree, tienen el deber de beneficiarse a sí mismos, y a sus sociedades.
Desde la llegada de los talibanes al país, las mujeres y las niñas no pueden estudiar. Ni salir de casa, ni ir al médico solas, ni vestir ropa de color claro. «Si yo estuviera en mi país, me habrían casado con un hombre de 50 años», afirma Mitra, una adolescente afgana que llegó a España el 16 de diciembre de 2021, junto a su hermana Rohafza.
Al principio, lo absurdo de esta idea –la posibilidad de que la obliguen a casarse– le hace esbozar un atisbo de sonrisa, mordaz, que desaparece rápidamente. Si ella estuviera en su país. «No tendría ningún derecho, no podría salir; solo estar en casa, limpiar y cuidar a los niños», afirma.
Mitra también ha mantenido el contacto con sus amigas, con sus compañeras que no han podido salir de Afganistán. Cuando habla con ellas, explica, todas lloran mucho. Algunas dicen: «Ojalá ser un chico para poder hacer lo que quiero». Y también: «Tienes mucha suerte porque no estás aquí, si estuvieras estarías muerta».
Cuando sea mayor, Mitra quiere ser periodista, como su madre. Quiere ser la voz de las mujeres y las niñas de su edad. Quiere contar lo que las chicas de Afganistán piensan; y lo que quieren, pero no pueden hacer. Ahora lo escribe por las noches, algunas veces. Escribe sobre una chica que no puede estudiar, que no puede salir, que no puede elegir lo que quiere. Escribe lo que le cuentan sus amigas: sobre torturas, y violaciones. Escribe como escribía de niña en su clase de Afganistán; cuando iba al instituto; cuando los institutos aún estaban abiertos para ellas. Algo sobre una biblioteca en otro país, recuerda. Se lo enseñaba a su profesora y a sus amigas. Les gustaba mucho.

Helai y Roya se conectan a esta conversación a través de una videollamada. Su imagen es difusa; la conexión a internet, inestable. Durante cinco años, estas amigas pudieron estudiar un grado de lengua española en la Universidad de Kabul. Recuerdan con alegría sus clases: literatura, conversación, traducción. Recuerdan alguna novela: Niebla, de Miguel de Unamuno. Recuerdan que la universidad no era solo estudiar: también era pasear, entrar a los restaurantes, ir de excursión. Lo recuerdan como una época feliz. La promesa de lo que iba a ser su vida. Querían ser profesoras de la universidad. Querían trabajar en una embajada. Querían ser pintoras famosas, y tener una galería de arte.
Después llegaron los talibanes.
«Nunca imaginamos que esto podía pasar», comienza Helai. «Nunca imaginamos que llegasen los talibanes, y todo se acabase». El nuevo gobierno de Afganistán les prohibió estudiar, y también obtener sus titulaciones. Iban a obligarlas a casarse. Tuvieron que huir del país.
Están vivas. «Físicamente» están vivas, matiza Helai. Pueden hacer «todas las cosas normales»: ducharse, comer, dormir. «Pero mentalmente, espiritualmente, hemos muerto», sostiene. Cuando no dejan a una mujer, o a una niña, desarrollarse y estudiar –continúa– la vida acaba para ellas. Porque vivir no es solo estar en casa, comer, dormir; vivir es algo más. «Es ser libres. Es hacer lo que nos gusta. Es hacer las cosas que los hombres pueden hacer».
El viaje de Helai y Roya se estancó en Pakistán. Sin dinero ni visado, se encuentran atrapadas en un país desconocido, compartiendo una habitación entre cinco personas, «viviendo en peligro», explican. Desde allí, permanecen atentas a la actualidad de su país, que describen así: «Cada día en Afganistán muere alguien. El que está en casa tiene peligro de morir sin pan; el que está fuera de casa tiene peligro de morir para traer pan. No pueden desarrollarse, no pueden vivir. Nadie sabe esto. Y si lo saben, les da igual».
La situación de las mujeres afganas no es buena, confirma Roya. Pero aún así, aún sin poder salir de casa, todas sus amigas siguen intentándolo. Todas tienen una aplicación, o un curso online, que les permite continuar su educación. También ellas tratan de seguir estudiando lengua española: hablan, leen, practican. Y esperan. «Cada día esperamos que esto va a cambiar: que podremos hacer lo que queremos, que podremos hacer lo que nos gusta».
En el futuro, estas jóvenes de 22 años quieren continuar con sus estudios. Destacar en sus estudios. Ser mujeres independientes. Tener un trabajo y vivir sin problemas, «como otras mujeres del mundo», explica Roya. Poder llegar a España, o a algún otro país donde esto sea posible. Y piden, «por favor», que alguien las ayude.