La insólita semana del presidente en una Casa Blanca fantasma

El miércoles Trump se saltó la cuarentena y se presentó a trabajar en el Despacho Oval

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La Casa Blanca detrás de los carteles para honrar a los muertos del Covid EFE
David Alandete

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El miércoles, al filo de las tres de la tarde, Donald Trump hizo un trayecto que él y todos los inquilinos anteriores en la Casa Blanca han hecho cientos, si no miles, de veces. El presidente salió de su residencia, atravesó el vestíbulo, cruzó el rosal y entró en el Despacho Oval. Sería algo completamente intrascendente en unas circunstancias normales. Pero Trump llevaba consigo el coronavirus, del que todavía era portador, y seguía siendo por lo tanto contagioso . Este edificio, siempre en un frenético estado de ebullición política, era una sombra de sí mismo, un pequeño pueblo fantasma, desolado por la pandemia, sumido en un silencio pasmoso.

El jefe de gabinete de toda esta maquinaria, Mark Meadows, guardaba muy por detrás de Trump la distancia de seguridad y le seguía con una máscara y unas gafas de protección. A la puerta de la oficina presidencial había una mesita con máscaras y desinfectante. En cuanto Trump llegó al Ala Oeste, donde están sus oficinas, un Marine con uniforme de gala azul se apostó a la puerta que da a la calle, como la tradición manda que debe hacer cuando el presiente está trabajando. Allí estuvo Trump hasta que la tarde comenzó a dar paso a la noche, siendo informado del huracán Delta, que se disponía a cruzar Luisiana, y de las negociaciones en el Capitolio para el paquete de estímulo por la pandemia.

Horas antes, la sala de prensa, que está solo a unos metros del Despacho Oval, había sido evacuada para que un empleado enfundado en un mono con capucha blanco, completamente cubierto de pies a cabeza, limpiara con desinfectante industrial los escritorios, las cámaras, los asientos, y hasta el podio desde el que se dan las ruedas de prensa. Parecía una de las escenas de las películas de ciencia ficción más cataclísmicas, pero en realidad obedecía a que había ya una treintena de personas contagiadas en el recinto de la presidencia, incluidos al menos tres periodistas. Y el presidente, aun convaleciente, estaba de regreso en el edificio y amagaba con ponerse a trabajar.

Aquel miércoles será un día para el recuerdo aquí en Washington. Los doctores del presidente insistían en sus partes médicos que el paciente estaba bien, que podía trabajar, pero nadie aclaraba si ya se había curado y había dejado de ser contagioso. Y a pesar de esas incógnitas, Trump se saltó la cuarentena impuesta a millones de personas en el mundo, y se plantó en el despacho. No es que hubiera mucha gente expuesta al virus a su paso, porque por primera vez en esta pandemia el teletrabajo se impuso en la sede de la presidencia y apenas eran un puñado los funcionarios en sus escritorios, aparte del sacrificado Servicio Secreto, siempre dispuesto a arriesgar su vida por el presidente.

La Casa Blanca se ha negado hasta la fecha a revelar cuántos son en realidad los funcionarios contagiados tras una multitudinaria conferencia de Trump sobre la Corte Suprema mantenida el 26 de septiembre. Un memorando interno de la Agencia Federal para Emergencias, que fue publicado por los medios estadounidenses, afirma que 34, entre ellos la asesora especial del presidente, Hope Hicks y la jefa de prensa, Kayleigh McEnany . A todos ellos Trump les mandó un extraño mensaje después en un vídeo grabado para su difusión, como no, en Twitter: «Contraer el virus ha sido una bendición».

El presidente quería decir que ahora sabe lo que el virus es de primera mano. Pero en ese proceso de aprendizaje, la Casa Blanca se había convertido en todo un foco de contagio. Y mucho más alarmante: la infección había llegado al Pentágono. Tras una reunión la cúpula militar el 27 de septiembre, un almirante de la Guardia Costera había dado también positivo, y el Estado Mayor Conjunto anunció que entraba en cuarentena.

Frenesí de entrevistas

Después de ese regreso a su despacho, tras haber recibido el alta hospitalaria el lunes, el presidente volvió a su residencia y se centró en encauzar la campaña electoral hacia adonde podía, dada la imposibilidad temporal de dar mítines. Entre aquel miércoles y el viernes, publicó casi 150 mensajes en Twitter, y dio cuatro entrevistas bien por teléfono o bien por vídeo satélite, todas a amigos o simpatizantes suyos, como los presentadores Rush Limbaugh o Sean Hannity. El viernes por la noche la cadena Fox News emitió algo que publicitó como un inédito chequeo médico a Trump, que al final resultó ser una larga entrevista en la que el presidente habló de su experiencia, dijo estar curado e hizo campaña, todo publicidad gratuita en la recta final a las elecciones del 3 de noviembre.

Llegaba el presidente al final de la semana tras unos insólitos siete días sin agenda oficial, todo lo recluido que fue capaz, por detrás del demócrata Joe Biden en las encuestas de opinión, y según demostró, dispuesto a pelear hasta el último voto aun con los elementos en contra. Las anteriores elecciones son una prueba de que Trump se crece cuando peor parecen irle las cosas, y logró una de las victorias más sorprendentes en la historia electoral de este país. Él cree ahora que, aun con coronavirus, puede reeditarla.

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