Un viaje por el anillo de muerte que rodea Kiev

Los rusos no lograron entrar en la capital ucraniana, pero sí tomaron los pueblos de los alrededores, ahora convertidos en escaparate del horror

Una vecina de las afueras de Kiev con las ruinas de un bloque de pisos a sus espaldas Zigor Aldama

Zigor Aldama

Vladímir Putin creyó que sus tropas tomarían Kiev en cuestión de días. Se equivocó. Los ucranianos defendieron la capital con uñas y dientes y lograron repeler la invasión. No obstante, basta viajar unos kilómetros en cualquier dirección para certificar que los rusos estuvieron muy cerca de alcanzar su objetivo . Se instalaron en multitud de pequeñas localidades alrededor de la ciudad y lanzaron misiles sobre algunos barrios que quedaban tras las líneas de defensa. Aún hoy se escuchan fuertes estallidos durante la noche, razón por la que el alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, pidió ayer a quienes huyeron de la guerra que no regresen todavía. Y los residentes que se quedaron temen que Putin cumpla su promesa de intensificar los bombardeos sobre Kiev en represalia por las incursiones ucranianas en territorio ruso.

De momento, las tropas rusas se han batido en retirada para centrarse en la ofensiva contra la región rusoparlante del Donbás. Pero detrás de sí han dejado un reguero de muertos -los suyos no los reclaman- y montañas de chatarra . Según informó ayer el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, la ‘operación militar especial’ rusa se ha cobrado ya la vida de entre 2.500 y 3.000 de sus militares, aunque cifra en hasta 20.000 las bajas que han sufrido las tropas de Putin, cuyo régimen solo reconoce 1.351.

Restos humanos a las afueras de Kiev, donde centenares de civiles indefensos murieron durante los ataques de las tropas rusas Zigor Aldama

Cadáveres de civiles

Desafortunadamente, también han perecido innumerables civiles. En torno a un millar solo en el anillo de la muerte que rodea Kiev , donde todavía quedan muchos cadáveres por descubrir. La destrucción es comparable a las sufridas en Siria o Sarajevo. «Los edificios se reconstruyen, pero el alma no», comenta Oksana Furman, vecina de Dmitrivka, uno de los primeros pueblos que a principios de marzo cayeron en manos rusas. Las heridas físicas son visibles en interminables hileras de casas destrozadas, pero los vecinos esconden las emocionales todo lo que pueden.

«Los rusos apostaron varios tanques en las confluencias de las calles y, desde allí, tiroteaban a todo el que trataba de salir . Temimos que, si no moríamos a cañonazos, lo haríamos de hambre», recuerda Furman, que demuestra la veracidad de sus palabras con unos vídeos que grabó desde la ventana de su casa. Le costó caro, porque un obús entró por ella, atravesó la pared de la habitación, y le reventó la cocina. En el jardín todavía hay metralla y vainas de proyectiles de gran calibre.

«Los soldados dormían en el sótano y, al marcharse, rompieron el generador», cuenta Furman, cuya familia lleva sin suministros básicos desde el inicio de la invasión. Pero da gracias a Dios por seguir con vida, y se santigua frente a una imagen religiosa junto a la que hay un agujero de bala. «A muchos muertos los tiraron en la cuneta y pasaron por encima de sus cuerpos con los tanques», afirma, ya sin poder contener las lágrimas. «Incluso aplastaron las tumbas del cementerio», añade. El perímetro roto del camposanto y las rodaduras de las orugas sobre algunas lápidas hechas añicos dan fe de ello.

Pero los tanques que aterrorizaron al pueblo están ahora destrozados. Uno de los militares que ayudó a destruirlos reconoce que su unidad sufrió muchas bajas en una lucha encarnizada , pero está convencido de que mereció la pena. «No lograron llegar a Kiev», apostilla antes de pedir un retrato frente a uno de los T-72 rusos que volaron con proyectiles anticarro, como los que fabrica la aragonesa Instalanza.

Edificios de viviendas destruidos a las afueras de Kiev Zigor Aldama

Los pueblos de pequeñas casas unifamiliares han sufrido, pero la devastación es mucho mayor en localidades como Hostomel, Bucha o Borodyanka , donde potentes misiles rusos alcanzaron de lleno grandes bloques de viviendas. Gazisov Eusten vivía en uno de los apartamentos levantados hace solo unos años en Irpín por la constructora Comfort Life Development. Hoy, ni una de las ventanas permanece intacta y varias de las estancias tienen grandes boquetes en las paredes. El mobiliario ha quedado inservible, y él sobrevive con una escueta ayuda del Gobierno.

«Compramos la casa por el equivalente a 63.000 dólares en 2012. Todos nuestros ahorros se fueron ahí, y ahora ya no tengo fuerzas para reconstruir . Estoy moralmente destrozado», cuenta Eusten mientras retira las ventanas rotas, las puertas reventadas y los muebles ennegrecidos. Está solo, porque el resto de la familia ha huido al oeste del país. «Traté de convencer a mi hija de que fuese a Europa, pero ha decidido quedarse para cuidar de su madre», relata.

Otros vecinos sí que están tratando de reconstruir sus viviendas en el bloque de Eusten. Algunos tapan agujeros y limpian las huellas del fuego, pero temen que el esfuerzo sea en vano si Rusia retoma el ataque contra Kiev . En Horenka, Taldonova Elena, una uzbeka que lleva décadas viviendo en Ucrania, no tiene nada que reconstruir: su apartamento ha desaparecido.

Donde se encontraba, en un edificio de cuatro plantas y ladrillo ocre, solo queda un gigantesco boquete. Desde el portal contiguo se ven un salón con un sofá cama abierto, el póster de un tigre en la habitación de abajo y juguetes esparcidos por otra estancia en la que habitaban niños . Ahora, todo ello da directamente a la calle, porque las paredes son un cúmulo de cascotes cuatro pisos más abajo. «La primera semana estuvimos escondidos en el sótano, hasta que lograron evacuarnos», recuerda Elena, trabajadora de la empresa de logística suiza Kuehne+Nagel , cuyo pabellón ha quedado reducido a un amasijo de chapa retorcida a pocos metros. «Por lo menos, la compañía se preocupa de nuestro bienestar material», alaba la mujer.

Las tropas ucranianas destruyeron varios puentes para ralentizar el avance ruso hacia Kiev Zigor Aldama

La única que se resiste a abandonar el bloque es una abuela con una fuerte sordera, agudizada -dice- por el estruendo de las bombas. Vive en un apartamento semiderruido del bajo, sin ningún suministro ni ventanas , aunque algunos vecinos le han ayudado a taparlas con plásticos. «No tengo adónde ir», cuenta con la mirada perdida sentada en un banco junto a lo que fue un parque infantil.

La reconstrucción será costosa y larga. De momento, tras repeler la invasión en la periferia de Kiev, la prioridad es recuperar la electricidad y las telecomunicaciones . Esas últimas son más sencillas, porque muchas de las torres de señal móvil se mantienen en pie, pero el tendido eléctrico requiere de un esfuerzo mucho mayor. «Los tanques han destruido muchos postes y hay que cambiar todos los cables», comenta el operario de una compañía eléctrica mientras utiliza una grúa para reparar el tendido.

Destrucción de puentes

Las infraestructuras viarias también están en ruinas. «Al principio, nuestros militares destruyeron algunos puentes para evitar el avance de los rusos, que también bombardearon otros. Además, Putin puso en su punto de mira gasolineras y supermercados para evitar el abastecimiento de nuestras tropas», comenta un policía que se identifica solo como Iván. Nos acompaña por el interior de lo que fue un gran supermercado en Hostomel , hasta que varios misiles lo convirtieron en una cueva negra en la que solo entra la luz por los boquetes del techo: todo está quemado, salvo por algunas estanterías en las que, sorprendentemente, aún hay comida y bebida que nadie ha tocado. «Hay miedo a que algo explote», comenta Iván, quien reconoce un lógico grado de paranoia mientras señala un zapato sin dueño en el suelo.

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