Los venezolanos que se juegan la vida por los caminos ilegales de la frontera con Colombia
Muchos no poseen pasaporte vigente y la Tarjeta de Movilidad Fronteriza (TMF), expedida por Migración Colombia, tiene algunas restricciones para su uso
El paso entre Cúcuta y San Antonio de Táchira es un ir venir de cientos de personas cargadas con sacos, bolsas, morrales, maletas , neumáticos o carretillas llenas de alimentos y medicinas. Es parte de la cotidianidad de la vida propia del este paso fronterizo de 315 metros de largo conocido como el Puente Internacional Simón Bolívar , la principal vía terrestre que comunica Colombia con Venezuela, foco de un drama migratorio y de la cara más dura de un país en estado crítico. La última semana se ha visto desbordada más de lo habitual ante la presión que ha generado la llegada de la ayuda humanitaria.
Son unas catorce horas sin tregua, donde el flujo de gente no deja de pasar. Se estima que 45.000 personas entran diariamente al país. Unos para comprar insumos y regresar y otros con la intención de quedarse o huir hacia otro país suramericano. No todos pueden hacerlo por las vías convencionales. Muchos venezolanos no poseen pasaporte vigente y la Tarjeta de Movilidad Fronteriza (TMF), expedida por Migración Colombia, tiene algunas restricciones para su uso.
Anthony Villalba es uno de los «trocheros», hombres que se encargan de pasar por caminos clandestinos personas o cualquier carga que no pueda transitar por los puestos fronterizos. Lo hacen desde el lado venezolano, en San Antonio del Táchira, que es la última ciudad de la frontera venezolana antes de cruzar a Colombia. El joven, junto a otros, está atento a la revisión de documentos de las personas en los puestos migratorios. «Cuando tú los ves con maletas, pero muy humildes, o ves que los devuelven, yo los abordo y ofrezco pasarlos por la "trocha" por unos pocos pesos», relata.
El puente se levanta sobre el río Táchira, que corre entre Colombia y Venezuela. Es la frontera natural, pero atravesarla puede suponer minutos de angustia y desesperación . Un kilómetro lleno de lodo, basura, contrabandistas y un río que atravesar, y que, dependiendo de la época del año, puede llegar por las rodillas o hasta el cuello. Además, los que se atreven a cruzarlo tienen que entregar dinero o pertenencias a los paramilitares del lado venezolano que controlan el paso. «Meterse allí es no saber es cómo saldrá al otro lado», dice Luis, un vendedor ambulante colombiano.

Daimaris Suárez y sus hermanos cruzaron hacia Colombia por la «trocha». Intentaron hacerlo por el puente, pero fueron devueltos por las autoridades migratorias por el número de maletas que traían consigo y por no portar pasaporte. Por eso decidieron arriesgarse. «Al llegar a migración, los colombianos nos devolvieron y nos quitaron los carnés fronterizos, y allí mismo los "trocheros" nos agarraron y nos dijeron que nos ayudarían delante de los propios guardias venezolanos», dice. Les bajaron del puente entre la maleza, cargando sus equipajes hasta llegar a un punto de control con hombres armados no identificados como militares. Agrega: «Nos quitaron seis dólares que traíamos, pero no era suficiente, así que me dijeron: "Tú decides, o te acuestas con uno de nosotros o nos das el cabello "». En Cúcuta se compran grandes cantidades de cabello para vender dentro o fuera de Colombia.
Suárez, que viajó con ilusión desde Barquisimeto, Venezuela, de que todo empezaría a ir mejor al pasar la frontera, nunca imaginó que viviría los minutos más difíciles de su vida: « Fue lo peor . Lloré demasiado, me da tanto pesar, mi pelo que llegaba hasta la cintura y lo hice por amor a mis hermanos y mis hijos. Es fuerte y no se lo deseo a nadie», dice entre lágrimas.
Los pasos que en el pasado reciente eran utilizados para el contrabando entre ambos países, ahora están llenos de migrantes que cruzan ilegalmente. En Cúcuta pueden haber unos 30 caminos de este tipo y en toda Colombia unas 350 entre los límites con Venezuela, Perú, Brasil, Ecuador y Panamá.
No existen cifras puntuales, pero los «trocheros» calculan que pasa de las mil personas solo en ese punto cercano al puente: «Aquí no hay horario hermano. Los caminos no se cierran», comenta Anthony, el «trochero».
En los pasos ilegales cualquier negocio es bueno. Como hormigas en procesión, los venezolanos traen toneladas de chatarra montada en los hombros para venderlas.
Extenuados del trayecto con lo que reciben, compran harina de maíz para hacer arepas, café, azúcar o galletas y regresan al lado venezolano. «Vea a esos muchachos cargando esos 50 kilos. No le da más de 20.000 mil pesos (unos 6 euros) teniendo que caminar unos dos kilómetros muy duros sin saber si se forma un enfrentamiento o los roban, pero pueden llevar algo a su casa, cosa que no pueden hacer en su país», dice un patrullero que vigila las cercanías.
Pero también se da el caso de que cruzan gasolina, neumáticos y alimentos. Cualquier cosa que dé dinero es buena.
«Hacemos lo que sea por necesidad , porque primero que nada están nuestras familias», reflexiona Robert, un carretillero de «trocha».
Noticias relacionadas