Trump inicia una guerra contra sus propios generales con los repliegues

Los ataques a la cúpula militar del comandante en jefe del ejército más poderoso y mejor dotado del mundo, siembran la alarma en Washington

David Alandete

De los muchos frentes que Donald Trump se ha abierto en Washington, el último es el más arriesgado y el que puede resultarle más perjudicial a él y a la nación: el presidente de Estados Unidos se ha enemistado con los generales al frente del ejército más poderoso y mejor dotado del mundo.

La lista de agravios es larga, pero la paciencia se ha agotado en el Pentágono con la decisión de Trump de convertir la visita navideña a las tropas en Irak y Alemania en un mitin electoral en el que atacó al poder legislativo, a la oposición y a los comandantes que le han desaconsejado un repliegue precipitado de Siria y Afganistán.

En su visita sorpresa del miércoles a la base militar iraquí de Bashar al Asad, Trump rompió la norma no escrita de no inmiscuir al ejército en política. Primero se despachó a gusto contra los líderes demócratas, en especial la nueva presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y prometió a los soldados, como si fueran asistentes a un mitin, que construirá el muro en la frontera con México.

Antes de irse, criticó a los generales de los que esos mismos soldados reciben órdenes. «Me pidieron más tiempo en Siria y les dije que no, que ya hemos pasado allí suficiente tiempo», dijo. «Ya está bien».

Firma de gorras

De vuelta a Washington, Trump paró en la base de Ramstein, en Alemania, donde firmó gorras rojas con su lema de campaña de 2016 -«Make America Great Again»- y se tomó fotos con los soldados. Tal es la preocupación que esos gestos electorales han provocado en los mandos militares, que la Fuerza Aérea, que gestiona la base alemana, tuvo que explicar ayer en un comunicado que no puede impedir que los soldados acudan a un discurso del presidente con objetos que han adquirido ellos mismos. En la campaña de 2016 Trump se presentó como el candidato del hombre corriente contra las élites. Ahora juega a ser el presidente de los soldados contra sus generales.

Todavía más molesto para los generales ha sido el último ejercicio de desinformación de Trump, que ha dejado al Pentágono con la engorrosa tarea de tener que desmentir a su propio comandante en jefe. Ante el júbilo de los uniformados en Irak, Trump proclamó que había ordenado el primer aumento de su paga mensual en una década. Y no sólo eso: se trataba de la mayor subida de la historia. «¡Nadie se lo merece más!», exclamó Trump. El problema es que no es cierto. El salario de los soldados sube anualmente desde hace décadas. Entre 2008 y 2010 lo hizo un 3,4%, mayor que el 2,4% de 2018.

Trump además está ejerciendo de su propio ministro de Defensa. La sorprendente decisión del presidente de retirar todas las tropas norteamericanas en Siria y una buena parte de las de Afganistán a pesar de los consejos de los generales con mando en plaza llevó a dimitir al jefe del Pentágono, el general del Marine Corps James Mattis. En una insólita carta de despedida, Mattis le recomendó a Trump que se busque un ministro «más alineado con sus prioridades».

Dimisión de Mattis

A Mattis y al Estado Mayor les preocupa que Trump haya cantado victoria sobre el califato demasiado pronto, porque este aún controla partes de Irak y Siria y puede provocar atentados terroristas en el corazón de Europa y en Estados Unidos. Además, consideran imprudente el improvisado anuncio del presidente de que ordenará a los soldados construir el muro con México, algo que podría ser incluso ilegal, ya que en teoría el Pentágono no puede movilizar a las tropas para labores de gobierno civil de la nación.

En octubre, en plena campaña para las elecciones parciales, el presidente desplegó 5.200 soldados en la frontera para impedir la entrada en Estados Unidos de varias caravanas de emigrantes procedentes de Centroamérica. Aunque esos soldados no iban armados, Trump anunció que les había permitido disparar a matar si eran atacados por los solicitantes de asilo. Posteriormente, el Pentágono aclaró que no distribuiría armas a los uniformados en la frontera.

De entre todas las instituciones norteamericanas, las fuerzas armadas son, con diferencia, la mejor valorada. Su índice de aprobación, según la consultora Gallup, es del 74%. Los analistas temen que la politización del ejército acabe socavando la confianza que los ciudadanos tienen en él. Uno de los generales retirados más condecorados del país, Barry McCaffrey, asegura que es «impropio del presidente de EE.UU. politizar una visita a las tropas. No es adecuado y resulta desmoralizador».

Ataques a héroes de guerra

Al principio de su presidencia, Donald Trump se rodeó de generales retirados. Su primer Asesor de Seguridad Nacional fue el teniente general Michael Flynn, sustituido por H.R. McMaster, general del Ejército de Tierra. Como Secretario de Seguridad Nacional eligió a John Kelly, general del Marine Corps, que en julio de 2017 fue ascendido a jefe de gabinete. Todos, además de James Mattis, han dimitido o han sido despedidos por Trump.

A todos les ha enervado la belicosidad de Trump, en especial sus ataques públicos a héroes de guerra, como el almirante de la Armada William McRaven, quien coordinó la operación para matar a Osama bin Laden. «Debería haberlo hecho antes», dijo de él Trump, quien le calificó de «fan de Hillary Clinton».

Tampoco sentó bien a los veteranos de guerra la negativa del presidente a emitir un comunicado de condolencias por la muerte del senador John McCain, de quien había dicho que no debería ser considerado un héroe solo por el hecho de haber sido torturado en Vietnam. «Si es un héroe, ¿por qué fue capturado?», dijo Trump en un mitin.

A esas afrentas les añadió el presidente su negativa a visitar un cementerio militar durante un reciente viaje a París y su ausencia en el cementerio de Arlington durante los actos de homenaje a los soldados del último Día del Armisticio, que conmemora el final de la Primera Guerra Mundial.

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